CLOTILDE RESIGNADA

CLOTILDE RESIGNADA

Mis temores se han hecho realidad.
Bastó con decir que llevaba una semana caminando sobre las nubes para que el demonio despertara mis peores pesadillas. La de esta noche ha sido brutal, y sin embargo, no recuerdo ningún detalle. Pero… si ha sido tan espantosa, ¿por qué no la recuerdo? No lo sé. Supongo que la mente, para evitarme un trago tan amargo, me borra el recuerdo. Lo que sí puedo relatar es la sensación de miedo por la que pasé. El miedo se alojó en mi pecho y temí que jamás conseguiría desalojarlo. Me sentía como una polilla atrapada en la luz del porche; una polilla que revoloteaba en mi interior. Está claro que no puedo decir que estoy bien, porque parece que atraigo el malestar.

Me está costando seguir los consejos de Prudencio, pero hoy, sin falta, voy a empezar a indagar qué ONG se adapta mejor a mi forma de ser. También voy a empezar a poner por escrito qué emociones experimento cuando el malestar se apodera de mí y qué pensamientos las acompañan. Voy a empezar por tomar nota de la pesadilla de anoche.

Suelo ir a trabajar en transporte público y, no sé si será un episodio de sincronicidad, pero dentro del vagón había un cartel publicitario con el siguiente eslogan: “Adopta un abuelo y únete a quienes están cambiando el mundo ayudando a que las personas mayores se sientan acompañadas.” Fue leerlo y decirme: “Esta es tu ONG.” Por fin voy a encontrar a alguien con quien conversar sin miedo a ser juzgada. Alguien que, por haber vivido ya una vida entera, no tiene ningún interés en mis logros o fracasos. Finalmente, podría entablar una amistad enriquecedora.

En el trabajo estuve en Babia toda la jornada laboral. Mis compañeros se extrañaron, porque cuando estoy bien soy muy productiva. Me concentro y nada me distrae… pero hoy no. Me pasé el día fantaseando con cómo sería la persona mayor a quien acompañaría, de qué versarían nuestras conversaciones… ¿Cabría la posibilidad de que a la señora le gustase el cine? Me encantaría ir al cine acompañada. Toda mi vida he ido sola. En un par de ocasiones, mis compañeras de trabajo me sacaron de mis ensoñaciones con un “¡¿Qué pasa?! ¿Estamos enamoradas?”, seguido de carcajadas. Pero rápidamente volvía a mi mundo imaginario.

Al volver a casa, entré en la página de Adopta un Abuelo para buscar información y descubrí que no soy la única que está sola. En España hay dos millones de personas mayores que viven solas, y 360.000 en residencias. El 60 % no recibe visitas. Es una pena que la familia se olvide de sus mayores. Envié un formulario manifestando mi voluntad de participar como voluntaria. Al cabo de dos días, una voluntaria de la organización se puso en contacto conmigo para preguntar por mi disponibilidad. Les comenté que los fines de semana podían contar conmigo. Quedamos en que me llamarían para que una voluntaria me acompañara a conocer a “mi abuela”, que por cierto, se llama Lourdes.

He estado en vilo tres semanas. No sé por qué, pero creía que sería cuestión de días conocer a Lourdes. Al no recibir noticias, pensé que la señora se lo habría pensado mejor. He tenido tan mala suerte en mi vida… está claro que la senda de mi existencia es el ninguneo. Soy tan negativa… El retraso se debía simplemente a que su hijo, que vive en el extranjero, había pasado dos semanas de vacaciones con ella. Finalmente, quedamos en casa de Lourdes el sábado siguiente, a las 17:00. Me acompañará Marina, una voluntaria de la ONG.

Esta noche he dormido estupendamente. No recuerdo qué he soñado, pero los sueños deben de haber sido bellísimos, porque me he levantado con una sensación de plenitud que me ha hecho dudar si seguía soñando o ya estaba despierta. Hoy voy a conocer a Lourdes y, antes, pasaré por la peluquería, porque tengo los pelos hechos una leonera. Ya os contaré cómo ha ido la visita.

Lourdes es una mujer encantadora.
Si tuviera que elegir un adjetivo para definir su personalidad, me decantaría por pizpireta. En cuanto llegamos a su casa y Marina nos presentó, Lourdes consiguió que mi timidez y retraimiento se desvanecieran. Con su actitud de brazos abiertos logró que me comportara como si la conociera de toda la vida: sin miedo a decir algo inoportuno, sin temor a que mi lenguaje corporal revelara incomodidad. La tarde fue tan placentera que nos olvidamos del tiempo, y a las siete, Marina nos recordó la hora.

Lourdes me ofreció quedarme a cenar. Su hijo, antes de marcharse, le había dejado una pastela en el frigorífico. Nunca antes alguien me había invitado a cenar, y dudé si aceptar o no. Marina me dio el empujoncito que necesitaba para decir que sí. Cenar acompañada por un ser humano que se ocupa de ti… no me lo puedo creer.

Lourdes tiene 87 años, vive sola y es autónoma. La única ayuda que necesita es la de una mujer que viene una vez a la semana a limpiar la casa. De la compra y la cocina se encarga ella. Le encanta viajar, pero sus amigas no han tenido la misma suerte que ella con la salud, y ya no están para esos trotes. Algunas viven en residencias, otras en sus casas con una cuidadora, y todas necesitan andador o silla de ruedas. Lourdes las visita, pero vuelve a casa deprimida. Le cuesta asumir que la vejez nos conduce, inevitablemente, hacia la decrepitud.

Tiene un hijo que vive en Estados Unidos y que acaba de divorciarse. Al parecer, en EE. UU. divorciarse puede resultar muy caro: su hijo se ha quedado con lo puesto. Hablan por Skype casi a diario, pero claro, no es lo mismo que tenerlo cerca. Él lidera un importante proyecto de investigación, y aquí en España no tendría cabida. Ella ya se ha resignado: sabe que solo lo verá un par de semanas al año.

A Lourdes le encanta leer, es una persona muy culta, amante de los museos, el cine y los viajes. Me ha propuesto que esta Semana Santa viajemos a París.
Qué vuelco ha dado mi vida: de estar hundida en la más profunda de las miserias… a estar programando un viaje a París.

Comentarios

Aún no hay comentarios. ¿Por qué no comienzas el debate?

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *