MARTA Y LA LEJÍA Capítulo 1

MARTA Y LA LEJÍA Capítulo 1

Empiezo el blog con la esperanza de que pueda ser de ayuda a quien esté buscando descubrir cuáles son las razones del porqué en determinados momentos las emociones nos amargan la vida. Confío poderos ayudar a través de relatos donde las/los protagonistas cuentan su estado emocional y los consejos que les proporciona Prudencio. Las narraciones están abiertas a las sugerencias de quien me lee. Todas las ideas serán bienvenidas, sea para enriquecer personajes con narraciones ya editadas, qué nuevos relatos con distintos malestares emocionales. El primero es sobre Marta, una mujer empoderada y con un carácter fuerte.

Estoy leyendo el libro de Juan José Millás y Juan Luis Arsuaga «La muerte contada por un sapiens a un neandertal». En el capítulo 10 Bajar el ritmo he descubierto que para envejecer bien el factor emocional es el más importante. Los autores entrevistaron a la doctora Mónica de la Fuente, catedrática de Fisiología de la Universidad Complutense de Madrid.

La científica ha ideado una analítica que permite saber el estado de determinadas células que se dedican a defendernos de las infecciones, cánceres etc. El funcionamiento de estas es el mejor marcador de la salud. Además, han comprobado y validado con determinados parámetros que se obtienen de este análisis a qué velocidad envejece el individuo. Estos fijan la edad biológica, que a menudo no coincide con la cronológica.

De todos los factores que influyen en nuestra salud: alimentación, sedentarismo, tabaquismo etc., el emocional, según la doctora Mónica de la Fuente, es el más importante. A su entender, si estamos tristes, enfadados, estresados, por ejemplo, producimos en nuestro cerebro moléculas que llegan a las células inmunitarias, y estas empiezan a funcionar peor, ya no nos defienden. En cambio, cuando estamos serenos sucede lo contrario. Transformando el estilo de vida podemos modificar nuestra edad biológica. 

Esta lectura me ha hecho reflexionar sobre mi estado de salud. Sufro de artrosis y llevo unos meses con fuertes dolores en las cervicales que estoy consiguiendo superar medicándome con opioides. No sé si es un episodio de sincronicidad, pero el otro día leí un artículo donde se comentaba que la artrosis es una enfermedad degenerativa que se debe al envejecimiento y que no tiene cura.

Lo curioso es que en el mismo artículo, la investigadora May de Andrés incide en la idéntica tesis de Mónica de la Fuente. Según ella, la artrosis se ha considerado algo de la edad, degenerativa y que no hay nada que hacer. Y no es así. Si cambiamos ese estilo de vida, podemos aliviar la artrosis. Mejor prevenir que curar.

Considero que mi alimentación es saludable, hago ejercicio regularmente, cuido de mi cerebro leyendo, entre otros intereses, no fumo, no bebo, no consumo sustancias estupefacientes, duermo a pierna suelta. ¿Y las emociones? ¿Las protejo? ¿Tal vez, sea el momento de que empiece a cuidarlas? ¿Puede haber algo que esté haciendo mal?


Pues no sé… O tal vez sí. La noche del viernes al sábado dormí fatal. El jaleo de un antro nocturno llamado Tapilla Sixtina se me hizo insoportable. Tengo un sueño profundo y el ruido de la calle no me suele molestar; pero el viernes sí.  El sábado fuimos a comprar y al bajar al aparcamiento se me encendió la bombilla. La ventana de mi garaje está al lado de la puerta de la Tapilla Sixtina. Me fijé en la planta que tienen en la entrada y pensé: «Tengo que bajar otro día con una botella de lejía y desaguarla en la maceta. No hay derecho que me haya hecho pasar tan mala noche».

Me pregunto ¿Pensar en verter la botella de lejía en la maceta que hay en el exterior de ese local hará que me sienta más serena, más a gusto conmigo misma? ¿Voy a lograr recuperar el sueño de esa noche? ¿Voy a conseguir que los clientes de ese antro dejen de producir ruido en la puerta?

Esta semana el dueño de una de cochera ha logrado hacerme perder la serenidad. El buen señor, con una plaza de parking con escaso espacio para aparcar, ha decidido usurpar otra de propiedad de un banco. El individuo en cuestión, vicepresidente del inmueble, pertenece, junto con la administradora y el presidente, a la camarilla que considera al bloque un cortijo de su propiedad. El resto de propietarios contamos como un cero a la izquierda. He documentado fotográficamente con fecha y hora, y he comunicado al banco, la usurpación de la misma. A la espera de que este tome cartas en el asunto, voy a seguir documentándolo.

Desde que he empezado a reflexionar sobre mis actuaciones he detectado que empiezo a dudar. No tengo claro el beneficio que estas puedan aportar a mi bienestar. Me pregunto: «¿Voy a conseguir obviar la mala sangre que me produce el apropiador de la plaza de aparcamiento y su camarilla, documentando la usurpación y avisando al banco?». Esta pregunta me ha hecho rememorar un diálogo de mi serie preferida «Servir y proteger» entre la comisaría Miralles y uno de sus subordinados.

La comisaria le recordaba que un buen policía se debe centrar en perseguir el delito, absteniéndose de emitir juicios de valor sobre el detenido. Tal vez, la cuestión no es avisar o dejar de notificar al banco sobre la usurpación. Mi naturaleza me impide ir de pasota por la vida, pero, me pregunto, ¿si introduzco matices a la hora de valorar la realidad puedo mejorar mi bienestar? Lo voy a intentar, no tengo muy claro cómo, pero lo voy a ver que hacer.

Por cierto soy Marta. Mis padres no pudieron escoger mejor nombre para mí. En la mitología romana, Marte tenía distintos atributos, entre ellos era el dios de la guerra, de la pasión y de la valentía.  Marta, ¡diosa de la guerra! Debo de reconocer que tengo un carácter fuerte. Distintas actitudes de la sociedad se me hacen intragables. No soporto a quien defrauda a hacienda, el «con IVA o sin IVA» me pone de los nervios. A los trepas, en el trabajo me he tenido que enfrentar a unos cuantos. Seres capaces, para conseguir sus objetivos, de laminar a su entorno. A los caciques, que por tener un «carguillo» se creen los amos del mundo.

Estas son algunas de las actitudes que no me agradan, existen otras que tendréis ocasión de descubrir. Desde que he empezado a indagar sobre las razones de mi malestar emocional y cómo éste influye en mi salud, los algoritmos de Google no paran de hacerme llegar información que corrobora el paradigma «a mayor bienestar emocional, mayor salud, a mayor malestar emocional, peor salud».

Estoy descubriendo que mi manera de valorar la realidad no es la más propicia para conseguir, la hasta ahora, inalcanzable serenidad. Las noticias que me llegan hacen hincapié en la importancia de los matices, que la realidad no es nunca blanca o negra. Se me aconseja que valore aquello que acontece en mi vida con altura de miras, con perspectiva. 

Al parecer, los humanos adolecemos de «sesgo de negatividad». En nuestra evolución como especie, nuestros antepasados, por motivos de supervivencia, concedían mayor importancia a los aspectos negativos que a los positivos. No podían olvidar de dónde venía el peligro, fuese este un animal salvaje o un evento natural. Ese mecanismo que nos ha permitido sobrevivir como especie, hoy nos hace, muy a menudo, la vida imposible.

El riesgo al que tenían que enfrentarse nuestros antepasados eran limitados en variedad y periodicidad. Hoy la percepción del peligro tiene muchas más variables y frecuencia: el trabajo, la familia, los amigos, los vecinos, un examen, entre otros, y la sensación de que la realidad nos ha desprovisto de lo que consideramos que nos merecemos. Asignamos gran importancia a aquello de lo que carecemos y poca o ninguna a eso que poseemos. Toda esta información me parece interesante, sin embargo, ¿Cómo narices se traduce eso en acciones que disminuyan mi permanente agitación?

Cuando he oído eso de “educador” y “emocional”, se me han puesto los pelos de punta. Yo soy una persona muy práctica y eso de los gurús no va conmigo, y lo de los loqueros tampoco, soy una mujer muy cuerda. Mi amiga me ha tranquilizado, y me ha asegurado que Prudencio, el educador, no tiene nada que ver con un gurú, ni con un loquero. Parece ser que es una persona muy práctica. Se dedica a asesorar sobre el porqué de nuestro malestar emocional y las estrategias más adecuadas a seguir para conseguir revertir ese estado y convertirlo en uno de bienestar. 

Según Prudencio, somos fruto de nuestros genes y nuestras circunstancias, pero el resultado de estos elementos no es algo inamovible. Gracias a la plasticidad del cerebro, que nos permite valorar de manera distinta la realidad que nos ha tocado vivir, podemos transformar el desasosiego en bienestar. Prudencio le concede gran importancia al tiempo que dedicamos a reflexionar sobre nuestra pesadumbre emocional y los pensamientos y acciones que los desatan. A su modo de ver, lo que configura la vida son las preguntas que nos hacemos, las que nos negamos a hacernos o que desconocemos hacernos.

Paquita está muy esperanzada porque ha visto a su colega de trabajo cambiar a mejor en su manera de relacionarse consigo misma y con los demás. Confía en conseguir idénticos resultados. Yo no lo tengo tan claro, pero he decidido concederle a Prudencio un voto de confianza y vamos a acudir el miércoles a una primera sesión. Yo a las once y Paquita a las doce. Hemos quedado en vernos a la una y media para el aperitivo y contarnos qué tal nos ha ido.   

En el próximo post os cuento.
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