Cuando avanzamos despacio, con pasos que pueden parecer triviales y hasta irrisorios, conseguiremos sortear los obstáculos que antes nos habían vencido. Lentamente, sin dolor, cultivaremos los deseos de éxito continuo y estableceremos una nueva ruta permanente para el cambio.
Una vez que hemos encontrado las preguntas bálsamo y hemos empezado a esculpir nuestro cerebro, llega el momento de entrar en acción.
Nuestras primeras acciones tendrán un alcance muy limitado, tan limitado que puedes llegar a encontrarlas raras y hasta ridículas. Eso está bien. Es conveniente tener sentido del humor cuando estás tratando de cambiar tu vida.
Estas acciones pequeñas, habitualmente les suenan extrañas a los no iniciados. Pero si has estado luchando para hacer un gran cambio (perder 10 kilos, cambiar de profesión, o estabilizar una relación amorosa que se está hundiendo) y has fracasado, entonces puede que aprecies cómo los pequeños cambios pueden ser de utilidad.
Recuerda que los grandes y audaces esfuerzos para hacer un cambio puede ser contraproducentes. Muchos de esos esfuerzos no toman en cuenta los pesados obstáculos que puede haber en el camino: la falta de tiempo, los presupuestos ajustados o una profundamente arraigada resistencia al cambio.
Tal como hemos aprendido, los programas radicales de cambio pueden hacer surgir tus ocultas o no tan ocultas dudas y temores (¿Y si fracaso? ¿Y si logro mi objetivo y sigo siendo infeliz?), activando las alarmas de la amígdala. Tu cerebro responde a este miedo con niveles hormonales disparados y bajos niveles de creatividad, en lugar de con la positiva y consistente energía que necesitas para lograr tus metas a largo plazo.
Os voy a poner algunos ejemplos de cómo podríamos entrar en acción de forma limitada, incluso ridícula. Supongamos que en el supermercado compro de manera compulsiva. Podría empezar por quitar un artículo del carro de la compra antes de dirigirme a la caja.
Si se trata de hacer ejercicio. Ponte de pie (sí, simplemente de pie).
Si se trata de poner orden en tu casa. Elige una zona de la casa, programa cinco minutos en el cronómetro y ordénala.
Si quieres aprender una lengua extranjera. Comprométete a memorizar una nueva palabra cada día. Si eso es demasiado duro, practica la repetición de la misma palabra una o dos veces al día durante una semana, añadiendo cada semana una nueva palabra.
Si lo que necesitas es dormir una hora más. Vete a la cama un minuto antes por la noche, o quédate en la cama un minuto más por la mañana.
Cuando procedemos despacio, pero con buena letra el proceso nos resulta agradable incluso para aquellos de nosotros que no tienen mucha voluntad.
Cuando procedemos despacio y con buena letra engañamos al cerebro que piensa: Ah, este cambio es tan pequeño que no es gran cosa. No hay motivo para ponerse nervioso. En esto no hay riesgo de fallar o de sufrir malestar.
Al sortear la respuesta al miedo, permitimos al cerebro crear nuevos y permanentes hábitos, a un ritmo que puede ser sorprendentemente rápido.
Implementar esta estrategia no siempre es fácil, porque a veces, la saboteamos considerándola demasiado fácil.
Consideramos que el cambio siempre debe ser instantáneo, que requiere una autodisciplina de hierro, y que nunca puede ser placentero. Pensamos que si somos duros con nosotros mismos, exhortándonos a hacer más y a hacerlo más rápido, conseguiremos mejores resultados. Decimos: ¿Cómo puedo alcanzar mi objetivo con un minuto al día? ¡A ese ritmo, llevará años!
Pero si queremos cambiar tenemos que cambiar nuestro enfoque. Esta nueva manera de enfocar la realidad nos pide que tengamos confianza en nosotros mismos. No tenemos control sobre el calendario de nuestro cambio: del mismo modo que no podemos determinar el momento en que alcanzaremos un objetivo, tal como aprender a conducir, a esquiar o a tocar la guitarra.
Sencillamente debemos confiar en que la mente desarrollará una maestría y obedecerá las instrucciones que le estamos enviando.
Cada Nochevieja, millones de nosotros hacemos una lista de objetivos para el año venidero: queremos perder peso, organizarnos, aprender a gestionar el estrés y así sucesivamente; y planificamos hacer esos cambios en su totalidad, comenzando justo al día siguiente.
Pero, una y otra vez, sencillamente no podemos armarnos con la voluntad requerida para hacer esa masiva y súbita reforma, por lo menos no durante un período prolongado de tiempo.
Las encuestas sugieren que la típica resolución se repite durante diez años seguidos, que una cuarta parte de ellas se abandonan en el transcurso de las primeras quince semanas y que se vuelven a desempolvar al año siguiente.
La estrategia de despacio, pero buena letra ofrece una alternativa a este ritual anual del fracaso.
Cuando planifiques tus propios pasos pequeños hacia el cambio, considera que, a veces, pese a tu mejor planificación, levantarás un muro de resistencia. ¡No te rindas!
En lugar de eso, intenta reducir el tamaño de tus pasos. Recuerda que tu objetivo es evitar el miedo, y dar los pasos tan pequeños, que apenas puedas notar el esfuerzo.
Cuando los pasos son lo suficientemente fáciles, la mente se hará cargo y se saltará los obstáculos para alcanzar tu objetivo.
De vez en cuando, la estrategia de despacio, pero buena letra produce el cambio más lentamente, requiriendo pasos pequeños a lo largo de todo el camino desde el punto A hasta el punto B.
Si te sientes frustrado con el ritmo del cambio, pregúntate: ¿No es el cambio lento mejor que lo que he experimentado anteriormente… que es ningún cambio en absoluto?