He dedicado estos últimos días a seguir concienzudamente los consejos de Prudencio. Empezando por mi relación con Jorge. Es curioso la capacidad que tiene el enamoramiento en los primeros meses de inhabilitarte a ver a la persona amada con perspectiva.
La idealizas y te olvidas de sus limitaciones. No existen seres perfectos, todos flaqueamos en algún aspecto. Jorge, en su incapacidad de vivir solo. Desconozco si sufro del mismo problema, porque siempre he estado acompañada.
Pero estoy segura de que si lo padeciera, lo podría sobrellevar sí fuese algo temporal. Este es el caso de Jorge. Ya conocéis nuestra historia, y si me imagino con los papeles invertidos, él en mi situación y yo en la suya, no tengo ninguna duda que le concedería el tiempo que necesitara para decidirse, sin presionarlo o chantajearlo.
Disfrutaría de la relación y los momentos de soledad los dedicaría a revivir en mi imaginación el último encuentro. Pero este no es el caso de Jorge, mañana nos vamos a ver y lo voy a aclarar.
El día empezó estupendamente y acabó fatal. Nuestra relación en la cama es la de una pareja «fusionada». No voy a entrar en detalles, porque no es el caso, pero el nivel de compenetración es inmejorable. Ambos tenemos la sensación de que en todo momento sabemos lo que espera nuestra pareja de nosotros.
Después del Edén llegó la tempestad. Jorge empezó a presionarme con el «discursito» de siempre. «Que si hay que ver con lo bien que nos llevamos en la cama y lo mucho que nos queremos, por qué después de un año de relación no te divorcias y, por fin, vivimos juntos, bla-bla-bla».
Esta vez no me he podido callar, ni siquiera he intentado tener mano izquierda; he ido al grano y le he leído la cartilla.
Le he dejado bien claro que esta era la última vez que quería escuchar el «discursito»; que lo de la cama está fantástico, pero que compartir la vida es algo más que tener sexo; que empezaba a dudar si era el caso de compartirla con alguien que le asusta vivir en soledad unos meses, que piensa solo en sus miedos, pero que no tiene ninguna empatía por los míos.
Resumiendo, la «sobrecama» acabó como el rosario de la aurora. He salido de su casa dando un portazo y muy satisfecha de haber soltado lastre. Lo que tenía que decir, lo he dicho. Ahora me queda aclarar mi relación con Vladimiro.
Mis temores se han hecho realidad. Vladimiro, nada más llegar me ha preguntado a bocajarro: «¿Te has peleado con alguien?» Me he puesto más roja que un tomate y no se me ha ocurrido nada mejor que responderle: sí, estaba en la cola de una administración de lotería y una señora, sin venir a cuento, me ha acusado de saltármela, nos hemos enfadado y enzarzado en una discusión muy desagradable que me ha dejado muy mal cuerpo».
Vladimiro, que ve más que un águila, no se ha creído ni una palabra, pero como es habitual en él, no ha querido profundizar. Ya os he comentado que nuestra relación está perdiendo fuelle a partir de que comenzó mi unión con Jorge, pero tal vez, antes.
Desde que he iniciado a reflexionar sobre mi relación con Vladimiro percibo de que los silencios, la falta de comunicación comenzó antes de conocer a Jorge.
¿Por qué, si sabe que le estoy mintiendo sobre lo que me pasó esta tarde, no me contradice? Estos dos individuos me llevan por el camino de la amargura. Tengo que consultarlo con Prudencio; necesito que me ayude a encontrar una salida al laberinto en el que estoy metida.
Prudencio me ha confirmado algo que imaginaba: no hace milagros. Con distintas palabras me ha comentado que siguiendo las pautas que me comento en la anterior consulta, entre otras, enfocar aquello que considero un problema con una perspectiva distinta y ejercicios imaginativos del peor escenario, la plasticidad cerebral me permitirá encontrar respuestas a mis dudas y tomar decisiones sin arrepentirme.
Por lo que se refiere al encuentro subido de tono con Jorge, me comenta que a nadie, aunque admita qué se equivoca, le gusta que le levanten la voz y lo maltraten verbalmente.
Para Prudencio, sí ante el «discursito» de Jorge, hubiese utilizado un tono más pausado, mostrado comprensión por su soledad, pero también reivindicando mi derecho a no tener que tomar una decisión tan importante en mi vida de forma precipitada, es muy probable que me hubiese evitado el mal rato que pasé ayer.
En cuanto a Vladimiro, me ha comentado que muchos caballeros son poco dados a expresar sus sentimientos y en el caso que me atañe, tal vez, mi marido no tiene claro que yo quiera escuchar lo que pueda decirme.
Por lo tanto, a su modo de ver, no me queda más remedio que darle tiempo al tiempo para que a través de mis reflexiones y mis ejercicios imaginativos consiga vencer el miedo a decidir.
A su modo de ver, aunque al malestar emocional le pongamos distintos nombres, los podríamos resumir todos en uno único: miedo. Miedo a algo, a alguien, a hacer algo, a dejarlo de hacer.
Me ha asegurado que voy por buen camino porque en una sola sesión, mis reflexiones y mis ejercicios imaginativos, me han permitido responder a las exigencias de Jorge, de forma abrupta, pero he aprendido a dar respuesta a sus peticiones. Me pide que confíe en mí.
Salgo de la consulta más ligera de espíritu y más segura de mí misma. Tengo que ser paciente, pero creo que siguiendo las pautas adecuadas voy a liberarme de la jaula en la que estoy enclaustrada.
A partir de ahora voy a poner todo de mi parte para tomar nota del momento en que se produzca el malestar emocional, aunque sea de manera fugaz, intentaré reflexionar y descubrir el pensamiento que lo ha desencadenado; seguiré con los ejercicios imaginativos del peor escenario, añadiendo, siempre que pueda, nuevos argumentos para tratar a los personajes con cariño, ironía, sin caer en el sarcasmo y una pizca de surrealismo.
Acabo de salir del consultorio y al coger el móvil he visto que tengo ocho mensajes de Jorge. Me pide perdón, afirma que me concederá el tiempo que necesite para decidirme y que ansía volverme a ver. Ya vuelven las incertidumbres. ¿Qué hago, me precipito o lo dejo en ascuas? ¡Al diablo las dudas, volando voy! Y después dicen que con la edad se pierde interés por el sexo.