JUAN EL ESCÉPTICO

JUAN EL ESCÉPTICO

Aquí estamos mi mujer y yo en la puerta de la consulta del Prudencio, con la misma ilusión que cuando te van a aplicar un enema. En menudo embolado me ha metido mi mujer. 

Tener que escuchar de este tío lo que debería hacer, y que no voy a poder,  me parece la mayor de las «gilipuerteces». Y además, pagar la consulta, que de baratita no tiene nada. 

¡Qué manera de tirar el dinero! Pero claro, si me niego, mi mujer me va a poner las maletas en la puerta. Me va a salir más caro. Vamos a ver cómo me las ingenio para que mi esposa se de cuenta dé que la consulta es una perdida de dinero y de tiempo. 

El «educador emocional» lo primero que ha afirmado es: ¡Usted está aquí obligado por su esposa! Me he quedado de piedra. Ni mi mujer ni yo lo conocíamos y nos ha retratado. He tenido que admitir que tenía razón. 

Le he comentado los motivos por las que estaba allí y mi escepticismo sobre la utilidad de sus consejos y que si de mí dependiera ésta sería la primera y última consulta; pero, por otra parte, amo a mi mujer y no quiero tirar el matrimonio por la borda. 

Para mi mujer, si mi estado anímico no cambia, por mucho que me quiera, no va a seguir conmigo. De modo que, voy a poner de mi parte para cumplir con sus consejos.

El Prudencio no acaba de sorprenderme. Me dice que él no hace milagros y que con lo que ha escuchado, no quiere que desperdicie mi dinero. Según él,  para que sus consejos me puedan ser de utilidad se necesitan una serie de requisitos que yo no cumplo.

1) A su modo de ver, para solucionar un problema hay que ser consciente de que lo tenemos; y no es mi caso, porque he venido a la consulta arrastrado por mi mujer. Solo cambia el que lo quiere. Me ha puesto como ejemplo al alcohólico, que considera que es un bebedor social. 

2) Hay que desearlo con mucha convicción. El fumador tiene consciencia de que el tabaco es dañino, pero no quiere dejarlo; prefiere vivir menos antes que renunciar el tabaco. Para cambiar se necesitan otros requisitos, que Prudencio me puede ayudar a cumplir, pero en estos dos no. 

Nadie puede ayudar a nadie si no se es consciente del problema y no se siente un genuino deseo de cambiar. Nos ha recomendado, que dediquemos 20 minutos diarios para escucharnos el uno al otro sin interrumpirnos. 

Es relevante que expresemos nuestros sentimientos, especialmente yo, porque los caballeros somos pocos dados a comentar cómo nos sentimos. Es importante que nos escuchemos para comprender y no para juzgar. 

Por si lo deseamos, nos ha proporcionado un correo electrónico en el que le comentemos cómo procede nuestro diálogo. Y cuando estemos preparados, fijamos fecha y hora para una segunda consulta. Esta primera no nos la va a cobrar. 

He salido de la consulta desconcertado. Tan preocupado por tener que tirar el dinero en una consulta inútil, y resulta que no solo me dice que no cumplo con los requisitos para estar en la consulta y que no me la cobra sino que nos proporciona algunos consejos para que cuando estemos preparados y la consulta nos pueda ser de utilidad, podamos empezar a trabajar en ese cambio que tanto necesito.

Otra jornada de trabajo infernal. Y además llegue tarde por lo de la consulta. Resulta que había una fila de camiones esperando para descargar, y que no podían hacerlo porque, según el jefe, tenía que autorizarlo yo. 

A mi superior no se le ha ocurrido nada mejor para castigarme por haber llegado con retraso al trabajo. Los chequeos los hacen los mozos de almacén. Hay que tener mala uva para retener a los camiones y luego señalarme como responsable. 

Prudencio dice que no soy consciente de que tengo un problema, pero no es cierto. Soy conocedor del problema y sé cual es la solución, es decir dejar este empleo. 

Eso es fácil decirlo, pero hay gastos diarios a los que tengo que hacer frente, y no quiero volver a empleos con menos sueldo. Y ansia de cambiar, claro que lo tengo; pero deseo por un trabajo con la misma retribución y con mejores condiciones de conciliación familiar. 

Es muy fácil desde un sillón mullido y con una abultada cuenta corriente dar consejos. Pero es que la vida no es igual para todos. Están los que nacen con estrellas y luego estamos nosotros, los estrellados. 

Me troncho de risa con eso de«ten un sueño y persíguelo». Habré tenido sueños, y el trabajo que le he dedicado a conseguirlos. Y tanto esfuerzo para qué. He pasado mi vida con trabajos temporales, y cuando por fin encuentro un trabajo fijo, resulta que he pasado de Guatemala a Guatepeor. 

Un profesión tan absorbente que tengo completamente olvidada mi faceta de marido y padre. ¿Cómo le voy a decir a mi mujer que no voy a poder asistir a la comunión de mi hija? ¡Y Prudencio pretende que nos escuchemos sin interrumpirnos! 

¿Pero cómo se hace en mi situación, con la bilirrubina por las estrellas? Esto de ir a la consulta ha sido una equivocación. Además de la tensión del trabajo, ahora le he añadido la de tenerme que sentar con mi mujer para hablar de nosotros y de mi trabajo, cuando lo único que necesito es estar tranquilo y no oír a nadie. 

Comentarios

Aún no hay comentarios. ¿Por qué no comienzas el debate?

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *