Es bastante habitual que confundamos los conceptos de felicidad y bienestar. La Real Academia Española (RAE) define la felicidad como un estado de grata satisfacción espiritual y física, como el resultado de personas, situaciones u objetos que contribuyen a hacer feliz, y como la ausencia de inconvenientes o tropiezos. Por su parte, el bienestar se describe como el conjunto de condiciones necesarias para vivir bien, una vida holgada y abastecida, y un estado en el que se percibe el buen funcionamiento físico y emocional de la persona.
Desde un punto de vista emocional y cognitivo, estas definiciones reflejan una percepción común, pero no necesariamente precisa. La felicidad suele asociarse con momentos intensos de alegría, mientras que el bienestar se vincula con una estabilidad emocional sostenida. Sin embargo, la confusión entre ambos conceptos puede generar frustración y una búsqueda interminable de un estado que, en realidad, es pasajero.
Uno de los errores más comunes es creer que la felicidad depende de factores externos: personas, logros, posesiones o circunstancias favorables. Esta idea nos lleva a perseguir constantemente nuevas experiencias, pensando que en ellas encontraremos una paz mental duradera. Pero la realidad es que la felicidad, en su forma más intensa, es efímera. Es un estado emocional de alta intensidad que no puede mantenerse de manera permanente sin agotar nuestra energía emocional.
El bienestar, en cambio, no es un estado efímero, sino un equilibrio emocional que se construye con el tiempo. Se relaciona con la sensación de estar en armonía con uno mismo y con el entorno. Esto no significa ausencia de problemas o dificultades, sino la capacidad de afrontarlos con una mentalidad resiliente y optimista. Cuando se confunde la felicidad con el bienestar, muchas personas terminan frustradas al no lograr mantener la euforia constante que asocian con ser felices.
Imaginemos que comparamos la felicidad con un orgasmo y el bienestar con el amor de pareja. El orgasmo es un momento de placer intenso, pero fugaz; mientras que el amor de pareja es una construcción a largo plazo que se nutre de compromiso, comprensión y conexión emocional. Nadie podría vivir en un éxtasis constante sin terminar agotado. Del mismo modo, intentar prolongar la felicidad como un estado permanente nos deja vacíos y ansiosos cuando inevitablemente se desvanece.
Para vivir en bienestar, es fundamental dejar de buscar la felicidad en factores externos y comenzar a trabajar en nuestro mundo interior. No se trata de renunciar a los placeres de la vida, sino de cambiar la perspectiva con la que los interpretamos. Las experiencias, las relaciones y los logros pueden aportar alegría, pero no deberían ser la única fuente de nuestro bienestar. La clave está en desarrollar una mentalidad que nos permita sentirnos satisfechos con lo que somos, independientemente de lo que tengamos o de lo que ocurra a nuestro alrededor.
Uno de los mayores obstáculos para alcanzar el bienestar es la tendencia a dramatizar las dificultades y a magnificar los aspectos negativos de la vida. Si aprendemos a interpretar los desafíos como oportunidades de crecimiento en lugar de verlos como fracasos, reduciremos el impacto emocional de los problemas. Winston Churchill decía: «Un pesimista ve dificultad en cada oportunidad, mientras que un optimista ve oportunidad en cada dificultad». Esta perspectiva nos ayuda a entender que los momentos difíciles son inevitables, pero que nuestra reacción ante ellos es lo que define nuestro bienestar.
La vida es una serie de altibajos. No podemos evitar las adversidades, pero sí podemos elegir cómo afrontarlas. Cuando las cosas van bien, sabemos que eventualmente surgirán nuevos desafíos. Cuando las cosas van mal, debemos recordar que esa situación también cambiará. No todo es blanco o negro, y si aprendemos a encontrar equilibrio en los matices, viviremos con mayor tranquilidad.
Una estrategia eficaz para fortalecer nuestro bienestar es desarrollar la gratitud. En lugar de enfocarnos en lo que nos falta, podemos entrenarnos para apreciar lo que ya tenemos. Muchas veces, la insatisfacción surge porque comparamos nuestra vida con la de otros en lugar de valorar nuestro propio camino. En un país del tercer mundo, donde las condiciones materiales son precarias, se pueden ver más sonrisas genuinas que en una gran ciudad del primer mundo, donde las personas tienen acceso a abundancia material pero no necesariamente a paz interior.
La clave está en cambiar la narrativa con la que interpretamos nuestra realidad. Si dejamos de buscar la felicidad en eventos externos y nos enfocamos en cultivar el bienestar desde dentro, reduciremos la ansiedad por alcanzar una felicidad inalcanzable. Debemos aprender a disfrutar de los pequeños momentos, de la rutina diaria, de la conexión con los demás y del simple hecho de estar vivos.
Resumiendo, disfrutar de experiencias placenteras es saludable, pero no debemos confundirlas con el bienestar. Éste último es un estado emocional que se construye con el compromiso de vivir con sentido, de encontrar satisfacción en las pequeñas cosas y de analizar los acontecimientos con perspectiva. Al entender la diferencia entre felicidad y bienestar, nos liberamos de la presión de buscar un estado permanente de alegría y comenzamos a disfrutar de una vida más equilibrada y armoniosa.