JUAN Y PRUDENCIO

JUAN Y PRUDENCIO

Para Elisa he cambiado mucho; el fin de semana de la comunión de Patricia ha vuelto a reconocer el hombre que fui. Pero al volver del trabajo, he repetido los mismos patrones. 

La única diferencia es que he empezado a tomar conciencia de que tengo un problema, y cuando suelto un exabrupto pido excusa. Elisa ha expresado su malestar, su dificultad de seguir en una relación que debido a mi desgaste emocional se le hace muy cuesta arriba.

Me quiere, pero no desea la versión en la que me he convertido desde que empecé en la nueva empresa. Está dispuesta a esperar un tiempo prudencial a que yo asuma que este trabajo aniquila nuestra convivencia, y a que yo encuentre otro empleo, aunque sea con menor sueldo y más inestable. 

Tiene claro que si esta situación no se resuelve en unos meses, muy a su pesar, va a dar por finiquitado nuestro matrimonio. 

La he escuchado sin interrumpirla y la verdad, me ha dejado de piedra. No es que no supiera lo mal que lo está pasando mi mujer, pero escucharla tan contundente sobre el futuro de nuestro matrimonio me ha producido escalofríos. 

Me he quedado noqueado, y cuando Prudencio me ha preguntado las razones por las que concedía tanta importancia a este trabajo, no he sabido qué responder. Prudencio me ha ofrecido un vaso de agua, me he aclarado las ideas y le he respondido. 

Le he comentado lo que ya sabéis; que si lo del trabajo fijo con buen sueldo que me ha permitido contratar una hipoteca, que si lo de la importancia de progresar con un trabajo que dé sentido a mi vida….  

Prudencio me ha hecho una pregunta a la que no he sabido responder: me comentas que para ti lo más importante es tu mujer y tus hijos y a pesar de que tu mujer está dispuesta a vivir con menos ingresos me dices que no te queda más remedio que seguir trabajando en esa empresa. 

¿Estás seguro de que para ti lo más relevante son tu mujer y tus hijos? Me ha emplazado a que dedique tiempo a reflexionar en mi cuaderno de notas sobre la pregunta.

La pregunta que me hizo Prudencio al finalizar la consulta me dejó aturdido. Estaba y estoy convencido de que para mí lo más importante son mi esposa y mis hijos, pero cómo rebatir la pregunta de Prudencio. En la consulta mi mujer me ha dejado bien claro que ha disfrutado enormemente del fin de semana en el que nuestra hija hizo la primera comunión; ha vuelto a redescubrir al marido que conocía, pero en cuanto me incorporé al trabajo he vuelto a las andadas.

Elisa está dispuesta a esperar un tiempo prudencial para que vuelva a ser el marido de antes, siempre que no se eternice. Según ella el tema económico no es el más importante; quiere volver a la rutina que conocía con anterioridad de incorporarme a este nuevo trabajo, con un marido atento y cariñoso con ella y sus hijos, sin riñas por cosas que no revisten la menor importancia.

Si yo busqué y conseguí este empleo que me permitió contratar una hipoteca, y por fin ser propietario, pero el ritmo de trabajo no deja espacio para la conciliación familiar ¿por qué no renuncio? 

La pregunta es pertinente, en la vida hay otros factores que tal vez no sean tan importantes como la familia, pero que son relevantes, como por ejemplo, realizarse profesionalmente. Tengo la profunda convicción de que la vida no está siendo justa conmigo. Mañana mi mujer y yo tenemos cita con Prudencio. Mucho me temo que me va a freír a preguntas a las que no voy a saber qué responder, o tal vez sí, pero el miedo a la reacción que pueda tener mi mujer, me impida sincerarme y no consiga avanzar en el cambio que tanto necesito. 

Como me imaginaba, Prudencio con la intención de ayudarme a dejar el empleo en el que estoy enfrascado, empezó y concluyó su labor friéndome a preguntas. Una parte de mi mente tiene claro que la mejor decisión para mi bienestar es la de dejar este trabajo; pero hay otra que piensa lo contrario y que se molesta porque alguien, a través de sus preguntas, le haga dudar de sus certezas.

Recuerdo un artículo que leí sobre disonancia cognitiva, es decir, cuando alguien me hace dudar sobre unas convicciones muy arraigadas, recurro a otras afirmaciones con el fin de “salvar mis creencias”. En el diálogo que he mantenido con Prudencio, la parte de mi mente más escéptica ha hecho todo lo posible para que mis dudas no prevalecieran sobre mi visión de la realidad. Os resumo el diálogo que he mantenido con Prudencio con mi mujer como testigo. 

Prudencio ha empezado por preguntarme si había reflexionado sobre la pregunta que me había hecho la semana anterior. Ha sido oír la pregunta y empezar a subirme por las paredes. Me he sentido como si me hubiesen tendido una emboscada. Qué alternativas tenía con mi esposa allí presente. No me quedaba más remedio que responder aquello que quería oír mi mujer.

Pero mi mente más escéptica prevaleció y respondí lo que pensaba. Le dejé bien claro que mi trabajo no tenía por qué ser incompatible con que para mí lo más relevante fuese mi familia. Que la conciliación es importante, pero también lo son las cosas del comer y realizarme en el trabajo. Sin este empleo no podríamos ser propietarios de la vivienda, ni podría haber pagado el viaje, la academia y la estancia en Gran Bretaña para que mis hijos aprendan inglés. 

Prudencio cambió de tercio y me pregunto que le hablara sobre mi trabajo; lo que me gustaba, lo que me dejaba de gustar etc. Lo primero que pensé fue: «ya estamos en una nueva estrategia para ver si mis contradicciones devalúan mi tesis». Intenté no meter el pie en alguna trampa, pero fue inútil. Al final tuve que admitir que la conciliación familiar y mi trabajo eran incompatibles, que por mucho que defendiera como la empresa se relacionaba con sus trabajadores, la consideraba deleznable.

Claro, si achaco mis continuos cambios de humor y mi mala uva al empleo y he decidido, aunque sea a rastras, pedirle a Prudencio que me ayude a salir del desasosiego que el trabajo me provoca, no me queda más remedio que admitir que este empleo y compartir mi vida con mi familia serenamente son incompatibles. 

Por lo tanto, no me ha quedado más remedio que dar mi brazo a torcer; pero sin renunciar a hacerle una pregunta: ¿si dejo este trabajo y vuelvo a mi antigua precariedad, me aseguras que la serenidad se va a instalar de manera permanente en mi familia?

Prudencio me sorprendió con su respuesta. A su modo de ver, que haya o deje de haber serenidad en mi familia depende del tiempo que yo le pueda dedicar y de que consiga enjaular mis miedos sobre la decisión que tome. Soy reacio a cambiar por el pavor a las consecuencias de la decisión que pueda tomar. Para superarlo me ha aconsejado que lleve a cabo dos acciones que me pueden ser de gran ayuda, siempre que no quiera resultados de un día para otro. 

La primera consiste en reflexionar sobre aquello que es indispensable en la vida y lo que es superfluo. Es importante que aprenda a diferenciarlos. Para conseguirlo me aconseja que compare mi estado emocional y el de mi familia cuando tenía trabajos precarios y ahora que tengo uno fijo, bien remunerado y con responsabilidad y con perspectiva de ascender en la empresa. Estas reflexiones, siempre que no me hagan sentir incómodo, es mejor hacerlas por escrito en un cuaderno de notas.

La segunda tiene que ver con llevar a cabo un ejercicio imaginativo donde me vea en otro empleo, precario, peor remunerado, sin opciones de ascender, pero disfrutando de mi familia y con tiempo para dedicarle.

Me voy a poner manos a la obra con muchas dudas. Porque todo esto está muy bien para alguien que tiene tiempo. ¿Pero de dónde lo saco?

Comentarios

Aún no hay comentarios. ¿Por qué no comienzas el debate?

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *