La semana pasada os comenté que las palabras de Prudencio en la radio me sentaron estupendamente. Es verdad que esa sensación de bienestar duró menos de una hora, pero fue mano de santo. A partir del día después de la emisión del programa las cosas cambiaron por completo. Para aliviar el dolor he tenido que recurrir a opioides.
Tengo la sensación de que estoy mucho peor, y como no se a quien achacarle la culpa, creo que el responsable es Prudencio por haber afirmado que existen enfermedades que no se curan con medicinas sino controlando los niveles de estrés. ¿Pero cómo voy a controlar el estrés con estos dolores tan insoportables? Estaba tentada por olvidarme del programa de mi sobrina. ¿Para qué? ¿Para escuchar alguna que otra teoría que me haga sentir peor?
Luego lo he pensado mejor y he pensado en hablar con mi sobrina para que le traslade a Prudencio la siguiente pregunta: ¿Cómo puedo relajarme cuando los dolores me machacan?
No sé si es gallego, su acento no lo delata, pero en su manera de responder a las preguntas hace match con el estereotipo. Cuando mi sobrina le traslada mi pregunta, el gachón le responde que lo importante no es cómo relajarse, sino entender los mecanismos que desatan el estrés. Pero a mí qué demonios me interesan las teorías sobre el estrés. Yo lo que quiero es que me explique cómo relajarme cuando los dolores me hacen la vida imposible. Os dejo con sus explicaciones.
Según Prudencio, el estrés es un mecanismo que nos ha permitido sobrevivir como especie. Ante una situación de peligro nuestro organismo libera unas hormonas, cortisol entre ellas, que nos preparan para luchar o huir acelerando nuestro metabolismo para que podamos afrontar ese riesgo de la mejor manera. Cuando el peligro pasa, se estabilizan los niveles hormonales, se lentifica la presión sanguínea y la frecuencia cardíaca y se reducen los niveles de azúcar.
El estrés es un mecanismo que compartimos con el resto de mamíferos, pero los humanos somos los únicos que podemos estresarnos con nuestros pensamientos. Un mecanismo pensado para nuestra supervivencia puede transformarse en un problema para nuestra salud.
Nuestra capacidad de pensar en abstracto realidades que no vemos, pero que sí imaginamos, nos ha permitido avanzar como especie y disfrutar de todos los avances que la vida nos ofrece. Como la perfección no existe esta capacidad tiene un inconveniente. Mientras que para nuestros ancestros el mecanismo de lucha o huida se activaban de manera puntual, cuando un animal o un evento natural ponían en peligro su incolumidad, para nosotros la variedad y la frecuencia de eventos son innumerables.
Hoy no corremos ningún riesgo de que un animal salvaje nos ataque al salir de casa, nuestro peligro dependiendo del ciclo vital por el que estemos transitando, será un examen, un compañero de estudios que me hace bullying, la incertidumbre sobre si me van a renovar el contrato o me van a despedir, un bronca con mi pareja o mis hijos etc.
Ninguno de los peligros que acabo de exponer pueden poner en peligro nuestra vida, pero por cómo está estructurado nuestro cerebro, el mecanismo de lucha o huida se activa aunque el peligro no sea real. Nuestro cerebro emocional, que es el encargado de activar el mecanismo, no sabe distinguir entre un peligro imaginario y uno real. Todo evento que no coincida con nuestras expectativas o el miedo a que no coincidan activa el mecanismo y el malestar emocional se instala en nuestra vida.
Los acontecimientos por los que se puede activar el mecanismo son innumerables, pero todos tienen un mínimo común denominador, el miedo. El miedo a que no se cumplan nuestra expectativas y el miedo a que se cumplan nuestros temores. Las expectativas y la esperanza de que se cumplan, pueden acabar atormentando nuestra existencia porque existen muchas posibilidades de que no se cumplan y nos frustremos; algunas que se cumplan, pero que no coincidan con aquello que imaginamos y por lo tanto, la desilusión está garantizada; y por último muy pocas de que todo salga a pedir de boca y en este caso el miedo a perder lo conseguido, nos hará experimentar emociones no muy placenteras.
Nuestro cerebro límbico, donde se ubica el mecanismo de lucha o huida, y nuestro cerebro racional apenas se comunican. Cuando yo me digo a mi mismo que una determinada situación no reviste suficiente peligrosidad para que yo me preocupe, el cerebro límbico no va a percibir ese razonamiento. Sé que esa pareja no me conviene pero … sigo con ella. Sé que tengo que adelgazar, pero me como una bolsa de patatas fritas de una sentada.
La inmensa mayoría de las decisiones que tomamos las decide el cerebro emocional. La publicidad y el marketing, conocedores de nuestras debilidades apelan a nuestras emociones. Después nosotros las racionalizamos y nos convencemos de que la decisión de compra es nuestra, después de haber razonado sobre sus pros y sus contras.
Por lo tanto, si deseamos que las emociones no nos desborden, habrá que encontrar estrategias que vayan más allá del razonamiento. No existe una estrategia única y hay que adaptarla a cada sujeto.
El Prudencio como veis está utilizando el programa de radio para hacerse publicidad. Como no existe una única solución hay que acudir a su consulta. Tararí que te vi. A mi no me embaucas. Ni hablar de gastarme el dinero en una consulta de un vendedor de crecepelo.