—Prudencio… creo que me estoy volviendo una experta en esperar —dijo ella, dejando la bufanda sobre el respaldo de la silla como quien deja un peso invisible.
—¿Esperar autobuses o milagros? —preguntó él, con esa media sonrisa que siempre hacía que sus palabras fueran mitad broma y mitad verdad incómoda.
—De todo un poco. Espero que mi jefe reconozca mi trabajo. Espero que mi pareja me sorprenda con algo especial. Espero que mis amigos tengan tiempo para verme. Y también espero que, algún día, todo se acomode y pueda sentirme… tranquila.
Prudencio apoyó los codos sobre la mesa.
—Y mientras tanto… ¿cuántos días se te han ido esperando?
Ella bajó la mirada. Lo peor no era que no supiera la respuesta. Lo peor era que sí la sabía.
—Pero es que si no tengo esperanza… ¿qué me queda? —preguntó, con un gesto entre la tristeza y la resignación.
—Te queda el asombro —dijo Prudencio, como quien entrega una llave.
Ella frunció el ceño.
—¿Asombro? Eso suena a frase bonita de calendario.
—No —dijo él—. Suena a un músculo que tienes atrofiado. El asombro es ver lo que hay, no lo que imaginas que debería haber. Es abrir los ojos como si no supieras lo que viene. La esperanza es como comprar entradas para una película esperando que sea de amor… y enfadarte porque es un drama. El asombro es entrar sin saber el género y dejarte sorprender por lo que pasa.
Ella se cruzó de brazos.
—Pero si dejo de esperar cosas buenas… ¿no me arriesgo a conformarme con cualquier cosa?
—No, te arriesgas a descubrir que muchas de las cosas que ya tienes son mejores de lo que imaginabas. Pero claro… si estás demasiado ocupada midiendo lo que falta, no ves lo que sobra.
(Silencio. El tipo de silencio que pesa más que las palabras.)
—Yo tenía la esperanza de que mi vida, a esta edad, fuera distinta —dijo ella al fin—. Y cada vez que me doy cuenta de que no lo es… duele.
—Eso no es esperanza —respondió Prudencio—. Eso es una lista de exigencias que le pasaste a la vida… y que no firmó.
Ella dejó escapar una risa corta, amarga.
—Entonces… ¿me estás diciendo que no espere nada?
—Te estoy diciendo que esperes menos y te sorprendas más. Si tu pareja hace algo bonito, disfrútalo como si fuera un regalo inesperado. Si un día no llueve cuando ibas a salir, agradécelo como si fuera un favor del cielo. Si hoy respiras hondo y sientes alivio, celébralo como si no fuera obvio.
—Eso suena… más simple.
—Lo es. Pero también requiere más atención. Porque el asombro no viene con pancartas. Llega en forma de detalles que la esperanza, obsesionada con lo grande y perfecto, nunca ve.
Ella apoyó el mentón en una mano.
—Supongo que la esperanza me daba la sensación de que las cosas buenas vendrían solas.
—Y el asombro te da la certeza de que las cosas buenas ya están aquí, aunque a veces se disfracen de ordinarias.
(Pausa. El sol entraba por la ventana y jugaba con el humo del té. Ella lo miró, como si fuera la primera vez que notaba la forma en que la luz dibujaba el aire.)
—¿Así es como tú vives? —preguntó ella.
—Yo vivo como si cada día pudiera darme algo que no estaba en mis planes. A veces es bueno, a veces no tanto… pero casi siempre es interesante. Y eso me basta para no quedarme atrapado en la espera.
Ella sonrió. No con esa sonrisa educada de “sí, te escucho”, sino con la que aparece cuando algo hace clic dentro.
—Entonces… no es que me digas que renuncie a lo que quiero.
—No. Te digo que dejes de mirar hacia la puerta esperando que entre… y empieces a mirar alrededor para ver qué ya está aquí.
Ella respiró hondo. Sintió, por primera vez en mucho tiempo, que la idea de no saber lo que venía después… no era una amenaza, sino un alivio.
Prudencio se levantó, fue hasta un pequeño estante y sacó una vieja lupa. La puso en la mesa frente a ella.
—Para cuando quieras entrenar la vista —dijo—. El asombro está en los detalles.
Ella la tomó con cuidado. Y sonrió.
—Gracias.
—No me las des a mí. Dáselas al instante en que algo te asombre. Y hazlo a menudo.
(Ella se marchó. El sol seguía iluminando el humo del té. Prudencio, como siempre, anotó en su cuaderno invisible:)
“La esperanza vive en el futuro. El asombro, en el presente. Y el presente es el único sitio donde puedes vivir de verdad.”