CUANDO AMAR NO SIGNIFICA OBEDECER

CUANDO AMAR NO SIGNIFICA OBEDECER

Prudencio aguardaba en su sillón favorito, ese de respaldo alto y cojines que parecían invitar a la confesión. Afuera, la tarde estaba tibia, pero dentro reinaba un silencio casi solemne. Su discípula entró con paso inseguro, como quien carga más con el peso de miradas ajenas que con el suyo propio.

—Prudencio… —empezó ella, dejando caer la voz—. No sé cómo explicarlo, pero siento que estoy fallando a todos. A mis padres, a mis amigos, a mi pareja… Parece que no hago lo que esperan de mí.

Él la observó sin prisa, como quien contempla un cuadro aún inacabado. Luego respondió con esa calma que tantas veces confundía entre ternura y picardía:

—Querida, si intentas complacer a todos, el único fallo real será contigo misma. —Hizo una pausa para darle dramatismo—. Y créeme, fracasar en eso sí que es un deporte olímpico bastante común.

Ella sonrió con un aire de incredulidad.

—Pero ¿cómo no sentirme culpable? Son personas a las que quiero. Quieren lo mejor para mí.

—¿Lo mejor para ti? —replicó él, arqueando las cejas—. No, lo mejor para ellos… desde su punto de vista. Son sus mapas, no los tuyos. Y no hay nada más absurdo que caminar con un mapa ajeno en un territorio que solo tú conoces.

La discípula se removió en el asiento, incómoda.

—Lo que pasa es que temo defraudarlos. Que piensen que no soy suficiente.

Prudencio soltó una carcajada breve, no cruel, sino como quien se sorprende de que alguien haya tardado tanto en descubrir lo evidente.

—Querida, déjame aclararte algo: ya los has defraudado.

—¿Cómo dices?

—Claro, porque nunca serás exactamente lo que esperan. Ni tú, ni yo, ni nadie. Y ¿sabes qué? Está bien. —Se inclinó hacia adelante, bajando la voz—. Ese “fracaso” es tu verdadera victoria. Es la puerta de salida de una cárcel invisible: la de vivir según las expectativas ajenas.

Ella lo miró, entre ofendida y aliviada.

—Entonces… ¿está permitido decepcionar?

—Más que permitido, es obligatorio. Porque si no decepcionas, significa que no estás viviendo tu vida, sino interpretando un guion que otros escribieron para ti. Y ese teatro, al final, no tiene aplausos que valgan.

El silencio volvió a colarse entre ellos, pero esta vez tenía otra textura. La discípula no se veía derrotada, sino pensativa.

—Prudencio, pero ¿y si se alejan de mí por no cumplir sus expectativas? ¿Y si pierdo a esas personas?

Él suspiró con suavidad.

—Si alguien se marcha porque no encajas en su molde, lo que pierdes no es amor, sino un contrato disfrazado de afecto. El amor real no exige renunciar a ti. Exige que seas tú, con tus aciertos y tus torpezas.

Ella bajó la mirada, como si estuviera revisando una vieja lista de tareas impuestas por otros.

—Toda mi vida he sentido que debía ser “la hija perfecta”, “la amiga que siempre está”, “la pareja que nunca falla”. Y ahora me doy cuenta de que no puedo con todo eso.

—¡Aleluya! —exclamó Prudencio, teatral—. Bienvenida al club de los imperfectos liberados. La membresía incluye tranquilidad, aunque al principio cuesta un poco acostumbrarse al silencio de la desaprobación.

La discípula rió, esta vez sin resistencia.

—Es que suena muy fácil cuando lo dices tú…

—No, fácil no es. Pero necesario, sí. Mira, el cambio empieza cuando te atreves a decir: “No vine al mundo a interpretar el papel de nadie más. Tengo derecho a ser protagonista de mi historia, incluso si a otros no les gusta el guion.”

Ella lo miró con nuevos ojos, como si de pronto su mundo se abriera un poco más.

—Entonces, ¿tengo derecho a no cumplir con sus expectativas, incluso si son las personas que más quiero?

—No solo tienes ese derecho —respondió Prudencio con seriedad—. Tienes la responsabilidad de ejercerlo. Porque cuando tú te liberas de esa carga, también les das a ellos un regalo: la oportunidad de amarte como realmente eres, y no como imaginaban que debías ser.

La discípula respiró hondo. Por primera vez en mucho tiempo, aquel aire no sabía a culpa, sino a alivio.

Prudencio, satisfecho, se recostó en su sillón.

—¿Ves? El cambio es posible. Y no se trata de volverte egoísta, sino de aprender a diferenciar entre amar a los demás y obedecerlos. Créeme, la diferencia es tan grande como entre bailar porque disfrutas la música o bailar porque alguien te pisa el pie para que no te quedes quieta.

Ella estalló en carcajadas, y la risa fue tan liberadora que incluso él la acompañó.

El reloj marcaba el final del encuentro, pero lo esencial ya estaba sembrado: la semilla de una vida más libre, una vida que, con ironía y ternura, empezaba a brotar en ella.

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