ADOPTA UN ABUELO

ADOPTA UN ABUELO

Mis temores se han hecho realidad. Bastó con mencionar que llevaba una semana caminando sobre las nubes para que el demonio despertara mis peores pesadillas. La de esta noche ha sido brutal, aunque no recuerdo ningún detalle. Pero, si has tenido una pesadilla, ¿por qué no la recuerdas? No lo sé. Supongo que la mente, para evitar revivir algo tan desagradable, decide borrarlo. Lo que sí puedo relatar es la sensación de miedo que experimenté. El miedo se alojó en mi pecho y temí que jamás lograría desalojarlo. Me sentía como una polilla atrapada en la luz del porche, revoloteando dentro de mí.

Está claro que no puedo decir que estoy bien. Parece que atraigo el malestar.

Me está costando seguir los consejos de Prudencio, pero hoy, sin falta, voy a empezar a investigar qué ONG se adapta mejor a mi forma de ser. También voy a comenzar a escribir qué emociones experimento cuando el malestar se apodera de mí, y qué pensamientos las acompañan. Empezaré anotando lo que sentí con la pesadilla de anoche.

Suelo ir al trabajo en transporte público, y no sé si fue una sincronicidad, pero dentro del vagón vi un cartel publicitario con el siguiente eslogan: “Adopta un abuelo y únete a quienes están cambiando el mundo ayudando a que las personas mayores se sientan acompañadas.” Al leerlo me dije: “Esta es tu ONG.” Por fin voy a encontrar a alguien con quien conversar sin miedo a ser juzgada. Alguien que, por una vida ya vivida, no se interesará por mis logros o fracasos. Podría, al fin, entablar una amistad enriquecedora.

En el trabajo estuve en babia toda la jornada. Mis compañeros se extrañaron, porque cuando estoy bien soy muy productiva. Me concentro y nada me distrae. Pero hoy no. Me pasé el día fantaseando sobre cómo sería la persona mayor a quien acompañaría, de qué hablaríamos… ¿Y si le gusta el cine? Me encantaría ir al cine acompañada. Toda mi vida he ido sola. En un par de ocasiones, mis compañeras de trabajo me sacaron de mis ensoñaciones con un “¡Qué! ¿Estamos enamoradas?” seguido de carcajadas, pero yo regresaba enseguida a mi mundo imaginario.

Al volver a casa entré en la página de Adopta un Abuelo para buscar información. Descubrí que no soy la única que se siente sola. En España hay dos millones de mayores que viven solos y 360.000 en residencias. El 60% no recibe visitas. Es una pena que la familia se olvide de sus mayores. Envié un formulario manifestando mi voluntad de participar como voluntaria. A los dos días, una voluntaria de la organización me contactó para preguntarme por mi disponibilidad. Les dije que podían contar conmigo los fines de semana. Quedamos en que me llamarían para acompañarme a conocer a «mi abuela», que, por cierto, se llama Lourdes.

He estado en vilo tres semanas. No sé por qué creía que en pocos días conocería a Lourdes. Al no recibir noticias pensé: “La señora se lo ha pensado mejor.” He tenido tan mala suerte en mi vida… Está claro que la senda de mi existencia es el ninguneo. Soy tan negativa… Y, sin embargo, el retraso se debía simplemente a que su hijo, que vive en el extranjero, había venido de vacaciones. Finalmente quedamos para el sábado siguiente, a las 17:00, en casa de Lourdes. Me acompañará Marina, una voluntaria de la ONG.

Esta noche he dormido maravillosamente. No recuerdo qué he soñado, pero los sueños debieron de ser preciosos porque me he despertado con una sensación de plenitud que me hizo dudar si seguía soñando o ya estaba despierta. Hoy conoceré a Lourdes. Antes voy a pasar por la peluquería; tengo el pelo hecho una leonera. Ya os contaré cómo fue la visita.

Lourdes es una mujer encantadora. Si tuviera que elegir un adjetivo para definirla, me quedo con “pizpireta”. Nada más llegar a su casa, y tras la presentación de Marina, logró que mi timidez y retraimiento desaparecieran. Lourdes, con su actitud de brazos abiertos, me hizo sentir como si la conociera de toda la vida; sin miedo a decir algo inoportuno, sin temor a que mi lenguaje corporal revelara incomodidad. La tarde fue tan placentera que nos olvidamos del tiempo. A las siete, Marina nos recordó la hora. Lourdes me ofreció quedarme a cenar. Su hijo, antes de irse, le había dejado una tarta en el frigorífico. Nunca antes alguien me había invitado a cenar, y dudé si aceptar. Marina me dio el empujoncito que necesitaba para decir que sí. Cenar acompañada por alguien que se interesa por ti… no me lo podía creer.

Lourdes tiene 87 años. Vive sola y es totalmente autónoma. La única ayuda que recibe es la de una mujer que va una vez por semana a limpiar la casa. Ella se encarga de la compra y la cocina. Le encanta viajar, pero sus amigas no han tenido la misma suerte con la salud. Algunas están en residencias, otras viven en casa asistidas por cuidadoras, y casi todas necesitan andador o silla de ruedas. Lourdes las visita, pero regresa deprimida. Le cuesta aceptar que la vejez nos conduce a la decrepitud.

Tiene un hijo que vive en Estados Unidos y que acaba de divorciarse. Al parecer, divorciarse allí puede ser muy costoso. Su hijo se ha quedado con lo puesto. Hablan por Meet casi a diario, pero no es lo mismo que tenerlo cerca. Él lidera un importante proyecto de investigación, y aquí en España no tendría cabida. Lourdes se ha resignado a verlo un par de semanas al año.

Le encanta leer, visitar museos, ir al cine y viajar. Me ha propuesto que esta Semana Santa viajemos a París. Qué vuelco ha dado mi vida… De estar hundida en la más profunda miseria emocional a estar planeando un viaje a París.

Comentarios

Aún no hay comentarios. ¿Por qué no comienzas el debate?

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *