DESPACITO Y BUENA LETRA

DESPACITO Y BUENA LETRA

Siento defraudaros, pero he vuelto a las andadas. Esta mañana me he despertado muy ilusionada, confiando en que hoy sería el comienzo de mi nueva vida. Antes de salir para ir al trabajo, ensayé en el espejo mi mejor sonrisa. Deseaba que esa sonrisa proyectara el cambio por el que estoy transitando. Pero fue llegar al trabajo, y mis compañeros no perdieron el tiempo en chafarme la ilusión. Fue muy desagradable y humillante.

No es la primera vez que la gente me somete a escarnio; desafortunadamente, en mi vida ha sido una constante. Empezaron mi madrastra y mi hermanastro, y luego les siguieron muchos otros, tantos que he perdido la cuenta. Al principio, esta actitud me desgarraba el alma, pero con el tiempo —probablemente para protegerme— levanté un muro que me permitió ser inmune al desaliento. Pero hoy, ese muro se ha derrumbado, y yo me he hecho añicos. Jamás en mi vida me había sentido tan humillada.

A mis compañeros no se les ocurrió nada mejor que burlarse insinuando que qué bien me había sentado «la maría». Bueno… lo de insinuar es un eufemismo, porque directamente me preguntaron quién era mi camello, me propusieron organizar un viernes «hippy» e invitar a toda la plantilla. Ha sido un día horroroso, rumiando pensamientos parásitos: ¿por qué me pasa esto a mí?, ¿por qué me tratan con tanta desconsideración?, ¿qué les he hecho para que me hieran tan profundamente?

Al llegar a casa fue el acabose: en la cara, el cuello y el pecho me salieron sarpullidos y ronchas. Estoy hecha un Cristo. Me da horror mirarme al espejo. Hasta hace una semana me estaría preguntando por las razones biológicas del desaguisado de mi piel, pero hoy tengo claro que no se debe a una intoxicación alimentaria o a una intolerancia. Se debe al maltrato al que he sido sometida por mis compañeros. No se puede tener más mala leche: el día que quería que fuese el inicio de una nueva etapa, me machacan de tal forma que pierdo toda ilusión y acabo con la cara hecha un mapa.

Mañana tengo cita con Prudencio, y estaba tan ilusionada con poder darle las gracias por haberme ayudado a encontrar el origen de mi malestar y comunicarle que ya no necesitaba sus servicios… y resulta que estoy de nuevo en el punto de partida. O casi. Algo he progresado: ahora asumo que mis dolencias tienen más que ver con mis circunstancias que con desequilibrios biológicos, y mañana no iré al médico de cabecera en busca de una solución mágica. Esta situación la estoy viviendo como una derrota. No paro de preguntarme qué ha desencadenado el escarnio de mis compañeros. Al llegar al trabajo no forcé una sonrisa ni me comuniqué de forma distinta a la habitual. Si lo pienso bien, di los buenos días y me puse a trabajar. Nada distinto a lo de siempre. Entonces, ¿por qué tanta mala uva? ¿Qué he hecho? Cuanto más lo pienso, peor me siento.

He leído sobre la importancia de respirar correctamente para controlar el estrés. Se trata de inspirar por la nariz y espirar por la boca, pero no solo eso: se trata de respirar con el diafragma. ¿Y eso de qué va, os estaréis preguntando? Por lo que he entendido, hay que colocar una mano sobre el abdomen y otra sobre el pecho. Al inspirar, el abdomen debe inflarse como un balón; al espirar, debe desinflarse. Me he puesto música, me he sentado en una butaca con orejeras —muy cómoda— y he seguido las instrucciones. El resultado no ha sido el esperado: los pensamientos parásitos siguen revoloteando como una mosca cojonera, y la cara me empieza a picar. Es un picor in crescendo, y la desesperación se está apoderando de mí.

No os voy a contar cómo he pasado la noche, porque temo que si lo rememoro me pondré peor de lo que estoy. Esta mañana no he tenido más remedio que ir al médico, y me ha dado dos semanas de baja por colapso mental. Necesito ver a Prudencio sin demora.

Prudencio ha sido nuevamente mano de santo para mis nervios. Fue empezar a oírlo y la quietud ganó enteros frente al desasosiego. Cuando me preguntó qué circunstancias habían provocado las erupciones y el colapso mental, me costó sincerarme. Estaba atrapada por el pavor de revivir la humillación. Prudencio me comentó que, para poder ayudarme, necesita saber al menos lo que ocurrió antes de la humillación. Le conté lo orgullosa que estaba de haber tomado la iniciativa para tener un plan vital y construir relaciones humanas sólidas. Le hablé de Paquita, de la suerte que había tenido al conocerla, de su calidad humana, de los proyectos que íbamos a compartir, de lo mucho que había aprendido sobre mí misma en aquella visita de dos horas y del fantástico domingo de reflexión que había vivido.

Le relaté, con todo lujo de detalles, cómo había imaginado mi vida a partir de ese «día después». Le conté cómo me había sentido, y más concretamente, esa sensación de caminar entre las nubes. Fue hablar de lo que ocurrió antes de la humillación y empezar a sentirme mejor: la agitación empezó a mermar hasta desaparecer. Nunca hubiera imaginado que la palabra pudiera tener un efecto tan tranquilizador. Después de sincerarme sobre los aspectos positivos, fue más llevadero contarle el escarnio al que me habían sometido mis compañeros.

Prudencio, como es habitual, me sorprendió. Me dijo que mi malestar y mis problemas en la piel no se debían al escarnio de mis compañeros. ¿Cómo os quedáis? En la próxima entrada os contaré qué recorrido siguió la consulta.

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