EL ESPEJO DE LOS HIJOS Capítulo 6

EL ESPEJO DE LOS HIJOS Capítulo 6

Una tarde cualquiera, mientras Carmen preparaba la merienda, escuchó desde el salón la voz airada de su hijo mayor:

—¡Tú siempre quieres tener razón! ¡Pues esta vez no!

La frase la atravesó. Carmen dejó el cuchillo sobre la encimera y se acercó en silencio. Al asomarse, vio a Lucas con los brazos cruzados, imitando el gesto exacto de Antonio. Leo, el pequeño, sollozaba con el labio temblando. Carmen no tuvo que pensar mucho: aquello no era un juego entre hermanos. Era una copia.

En la siguiente sesión , Panacea les recibió con una pregunta inesperada:

—¿Queréis que vuestros hijos vivan como vosotros habéis vivido hasta ahora?

El silencio en la sala fue espeso.

—Lo pregunto porque los niños no solo heredan el color de ojos o la forma de la sonrisa. Heredan también las formas de amar, de discutir, de enfrentar el mundo. Aprenden más de lo que ven que de lo que escuchan. Y vuestros hijos os están viendo.

Carmen contó lo sucedido aquella tarde. Antonio reconoció que muchas veces escuchaba a Lucas usar sus mismas frases, las mismas entonaciones autoritarias.

Panacea les habló entonces del estrés infantil, del impacto del ambiente emocional en el desarrollo de los pequeños. Les explicó que muchos niños desarrollan síntomas psicosomáticos: dolor de barriga, terrores nocturnos, insomnio o rechazo escolar, como formas de expresar el malestar que no saben verbalizar.

—Vuestros hijos están empezando a vivir con el cuerpo lo que vosotros habéis vivido durante años. Todavía estáis a tiempo de enseñarles algo distinto.

Les propuso entonces una tarea sencilla pero desafiante: durante una semana, modelar una comunicación distinta delante de los niños. Sin gritos. Sin correcciones constantes. Sin imponer. Solo escuchar, preguntar, validar. Aunque fuera con lo más cotidiano.

Durante esos días, Carmen y Antonio descubrieron lo mucho que intervenían en la autonomía emocional de sus hijos. Cada corrección, cada interrupción, cada “no digas eso”, era una pequeña puerta cerrada.

Pero también descubrieron lo rápido que los niños respondían al cambio. Lucas empezó a preguntar en vez de acusar. Leo, a expresar su tristeza con palabras que Carmen no sabía que conocía.

Un anochecer, tras una pequeña pelea entre los hermanos, Lucas dijo:

—Mami, creo que he hecho mal. Le he gritado como papi me grita a veces.

Aquello fue como un golpe dulce. Antonio, que lo escuchó desde el pasillo, entró y se sentó a su lado. No dijo nada. Solo le abrazó.

En la siguiente sesión, Panacea les recibió con una frase escrita en la pizarra:

«Los hijos no escuchan lo que decimos. Imitan lo que hacemos».

Ambos se miraron. No había reproche en esa mirada. Solo reconocimiento.

Panacea concluyó:

—Cuando sanáis vuestra forma de estar en el mundo, también sanáis la de quienes os rodean. Ser padres no es solo criar. Es educar con el ejemplo emocional.

Ese día se marcharon de la consulta sin hablar. En silencio, de nuevo. Pero un silencio distinto: no de cansancio ni de contención, sino de conciencia. Porque habían entendido que sus hijos no necesitaban unos padres perfectos. Solo necesitaban unos padres que se atrevieran a cambiar.

Comentarios

Aún no hay comentarios. ¿Por qué no comienzas el debate?

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *