Tanto si deseas entrenarte a ti mismo o a otros para inculcar mejores hábitos, los premios de escasa cuantía monetaria son el estímulo perfecto. No solamente no son caros y convenientes, sino que también estimulan la motivación interna requerida para el cambio duradero. Es importante que el premio sea diminuto porque, aunque pueda parecer paradójico, el premio grande nos aleja de la excelencia.
Por nuestra naturaleza humana agradecemos que nuestro esfuerzo por mejorarnos sea reconocido, pero si el premio es demasiado grande, vamos a centrar nuestro esfuerzo en conseguir el premio y nos vamos a olvidar de mejorarnos. Para que el premio sea eficaz tiene que tener tres cualidades:
•El premio debe ser adecuado al objetivo.
El chocolate para que un niño acuda a clase es un premio adecuado. Ese mismo chocolate no lo es para incentivar a que un diabético siga con su dieta.
•El premio debe ser apropiado para la persona.
Si estás tratando de animar a otra persona a alcanzar un objetivo, recuerda que lo que supone un premio para unos, puede ser una molestia para otros. Para algunos, es un gran incentivo recibir un elogio cada vez que dan un paso positivo hacia su meta. Otros piensan que los elogios frecuentes resultan condescendientes.
Encontrar un premio apropiado para otra persona puede ser un desafío, de modo que quizás quieras probar esta técnica: si la persona en cuestión es un amigo o tu pareja, pregúntale: «¿Cómo sabes que eres amado?» Pídele a él o a ella que proponga cuatro o cinco respuestas.
Dado que mucha gente no está acostumbrada a responder a ese tipo de pregunta, dales unos días para que reflexionen. En el trabajo, puedes plantearle a un colega o empleado una pregunta alternativa: «¿Cómo sabes que eres apreciado?» Nuevamente concédele a esa persona unos días y pídele varias respuestas. Las respuestas a menudo son cortas y a menudo resultan esclarecedoras.
•El premio debe ser gratuito o barato.
Puede que no necesites mirar más allá del salón de tu casa. La gente que dedica toda su vida a la familia, a menudo considera que diez minutos al día con un libro o un periódico es un regalo. Si perder peso es uno de tus objetivos, te sugiero que te concedas permiso para ver la televisión, siempre que te levantes del sofá cada hora.
Si tiendes a ser el peor crítico de ti mismo, puedes intentar un honrado autoelogio como premio, para recompensarte. Otras buenas ideas incluyen tomar un baño, dar paseos cortos, escuchar tu pieza favorita de música, hacer una llamada telefónica a una amiga, que tu pareja te haga las tareas que habitualmente haces en casa.
La mayoría de nosotros nunca conseguiremos grandes premios. El Pulitzer, el Nobel, el Oscar, los Emmys. Pero todos podemos ser elegidos para los pequeños placeres de la vida. Una palmada en la espalda. Un beso. Una lubina de dos kilos. Una luna llena. Un espacio libre en el aparcamiento. Un fuego crepitante. Una gran comida. Un crepúsculo glorioso. Una sopa caliente. Una cerveza fría. No te preocupes por ganar grandes premios.
Disfruta de las pequeñas delicias que la vida nos ofrece. Hay muchísimas para todos nosotros.