¡Tiempo, Tiempo! ¡Qué difícil es encontrarlo! Prudencio lo ve todo muy fácil, pero hay que ponerse en mi piel para ver que no es tan fácil encontrarlo. Salgo de mi casa a las 8 de la mañana y vuelvo a las 10 de la noche.
En la última consulta con Prudencio le planteé la pregunta de dónde podía sacar tiempo alguien con un horario de trabajo como el mío. Se supone que le tengo que dedicar tiempo a mi familia, cenar… ¿Y de dónde saco tiempo para reflexionar, escribirlas en mi cuaderno de notas y hacer ejercicios imaginativos?
Para Prudencio me lo estoy tomando demasiado a la tremenda. A su modo de ver, no es el tiempo el que condiciona que yo pueda reflexionar, sino el miedo a empezar a relacionarme conmigo mismo. Por paradójico que pueda parecer, reflexionar es cómo comunicarte con alguien que desconoces. Tengo que empezar a conocerme y eso requiere de tiempo. Por lo tanto, es necesario que huya de la idea de que desde un principio mis reflexiones van a tener un recorrido inmaculado.
Puedo comenzar, y no solo por la noche, a buscar un minuto de tiempo para empezar a hacerme algunas preguntas sin pretender hallar una respuesta inmediata. Es importante que no me meta presión, que me olvide de ese idílico día en el que encuentre esa pregunta que cambie mi estado emocional. El cambio para ser duradero, debe ser progresivo.
Elisa, mi mujer, ha propuesto que en el tiempo que pasemos juntos en familia, de manera aleatoria, como en una especie de juego, dediquemos un minuto de silencio para reflexionar. No solo yo, también los otros componentes de la familia.
A Prudencio le ha parecido bien, por qué le resta importancia al hecho de reflexionar, al transformarlo en un juego, le perdemos el miedo a conocernos. Con esta estratagema confío en puentear el mecanismo de lucha y huida.
He empezado a dejar de quejarme y a ver la realidad con perspectiva. Repetirme que carezco de tiempo no me va a ayudar. Es necesario que asuma que la falta de tiempo es una excusa para no hacer aquello que temo.
El miedo, esa mala bestia que condiciona mi vida; bueno, la mía y la de cualquiera. Para puentearlo estoy siguiendo los consejos de mi mujer, dedicando muy poco tiempo, para no despertar a la mala bestia, a reflexionar. Está dando resultados.
Al dedicarle tan poco tiempo, mi mente no lo interpreta como un reto, y, por tanto, lo considera algo rutinario. Me he dado cuenta de que por muy atareado que esté en el trabajo, puedo dedicarme un minuto para abstraerme y reflexionar. Según pasan los días me percibo que le estoy perdiendo el miedo a comunicarme conmigo mismo.
Este fin de semana, como casi todos, me he tenido que traer trabajo a casa. Mi mujer y mis hijos utilizan “el minuto para reflexionar” para hacerme desconectar del trabajo y para ayudarme a que mi mente asuma esa nueva pauta en mi rutina, la reflexión.
Hoy ha sido otro de esos días en los que te preguntas “qué he hecho para merecerme esto». No voy a entrar en detalles para no ser cansino, lo que si voy a hacer es comentaros cómo me han acompañado mis emociones en un día tan bochornoso.
Para mi gran sorpresa, las emociones no me han desbordado como solían hacerlo. Por el contrario, he actuado con aplomo. No me he contagiado de las neuras de los compañeros. Mirar a la realidad con perspectiva está empezando a dar sus frutos.
He conseguido que la situación no me arrastre por el camino que solía hacerlo. He logrado manejarla con la serenidad necesaria para reconducirla y evitar que acabase como el rosario de la aurora.
Este episodio bochornoso que en otros momentos me hubiera hecho perder el oremus ha conseguido que por primera vez aprecie que este no está esculpido en piedra como los diez mandamientos, sino que responde a las valoraciones que hagamos de ella.
Tengo la profunda convicción que la situación por la que acabo de pasar y mi manera de valorarlo es el punto de inflexión que me permitirá salir de la jaula mental en la que estoy enclaustrado.
Mi profunda convicción de que no puedes cambiar tus sentires cuando la realidad no acompaña tus deseos está empezando a desmoronarse. He vislumbrado que puedo cambiar mi visión sobre el trabajo, su importancia y las prioridades de la vida.
Soy consciente de que este es el primer paso de un largo recorrido y tengo la fundada convicción de que más pronto que tarde tomaré la decisión de dejar este trabajo demencial. Con el cariño y el apoyo de mi familia, tomar la decisión y no arrepentirme será mucho más fácil.
Bueno… voy a dejar de relatar el día a día de cómo mi cambio en la forma de valorar la realidad está cambiando mis sentires y os dejo con un nuevo personaje. Nos volveremos a ver cuando pueda relataros que por fin he dejado de hacerme arrastrar por los acontecimientos. No será en breve, pero será.