Son las nueve y media de la mañana. He pasado la noche en blanco y acabo de llamar al trabajo para avisar de que hoy no voy a ir. Les he comentado que anoche cene algo que tuvo que sentarme mal.
De vez en cuando hay que decir alguna mentirijilla; no se puede ir por la vida contando siempre la verdad. Bueno… mentirijilla a medias; porque la tripa me duele, pero por razones distintas. El estómago y el resto del cuerpo, siento como si me hubiese atropellado un tren.
He tenido toda la noche para reflexionar a propósito de lo acontecido en las últimas 24 horas. Las palabras de Prudencio sobre el parangón entre mi relación con mi progenitor y la que mantengo con mi hija han llegado a lo más profundo de mi alma.
Lo he siempre considerado un mal padre porque coartaba mi libertad. Le achacaba la voluntad de moldearme a su imagen y semejanza; y esta noche he empezado a darme cuenta de que mi manera de relacionarme con mi hija no es muy distinta a la que mi padre mantenía conmigo.
En el diálogo que he mantenido conmigo misma esta noche he tenido la sensación de estar representando en algunas ocasiones al doctor Jekyll y en otras al señor Hyde. A veces considero que tengo todo el derecho del mundo a guiar a mi hija por la senda más adecuada, en otras, cuestiono mi actitud hacia ella.
Hoy tengo cita con Prudencio. En las últimas noches mi sueño ha mejorado y he dormido a pierna suelta. Mi debate interno no ha concluido, pero probablemente aquello sobre lo que he escrito en mi cuaderno de notas antes de acostarme tiene que haber tranquilizado a esa parte de mi cerebro que gestiona mis emociones.
Hoy con Prudencio hemos hablado de dualidades, es decir, de cómo los seres humanos interpretamos una misma situación, objeto, persona etc, de manera distinta dependiendo de nuestra educación, el país en el que vivamos, nuestras vivencias, época histórica en la que estemos viviendo etc.
Por ejemplo, para nuestros ancestros el canon de belleza era muy distinto al actual. Caderas anchas eran interpretadas como mayor capacidad reproductiva y musculación desarrollada representaba más habilidad para luchar o huir frente a los peligros a los que se tenían que enfrentar.
En ese momento histórico se premiaba la capacidad reproductora y la habilidad de encararse al riesgo para salvaguardar la vida de la comunidad en la que se vivía. A día de hoy, los cánones de belleza que prevalecen son distintos.
Dependiendo del país en el que nos hayamos educado le daremos más importancia a determinadas partes de nuestro cuerpo. Muy a menudo las diferencias son enormes. Por lo tanto, lo bello o lo feo son valoraciones personales, no hechos objetivos.
Son muchos los aspectos de la vida que dependiendo de cómo hayamos sido educados, nuestras circunstancias, el país en el que vivamos etc, los valoraremos de una determinada manera o de una totalmente distinta.
Por ejemplo, la muerte. Con México compartimos idéntico idioma, la misma religión y en muchos aspectos nuestras culturas son similares, pero somos distintos en como valoramos la muerte.
Mientras que para nosotros el día de los difuntos se caracteriza por la tristeza y las lágrimas, en México se rodea de un halo de fiesta y color, de celebración de la vida y de reencuentro con los difuntos que se cree regresan a nuestro mundo por un día.
Para los mexicanos la vida y la muerte son inseparables. A su modo de ver, una civilización que niega la muerte, acaba por negar la vida.
En la consulta hemos vuelto a hablar sobre el cambio que necesito llevar a cabo y el tiempo para ver resultados. Me ha aconsejado que me olvide de imaginar ese idílico día en el que el nirvana se haga realidad en mi vida. Ese día en el que la plenitud sea mi único estado emocional.
Jamás va a llegar, y su búsqueda solo puede frustrarme. A su modo de ver, el camino a recorrer es distinto. Por cómo está estructurado nuestro cerebro es inevitable que el mecanismo de lucha o huida en algún momento se active.
En consecuencia, no se trata de anularlo, sino de aprender a gestionarlo para que no nos invalide; como es mi caso en esta última semana.
A través de observar y tomar notas de mis cambios emocionales y de las circunstancias que los provocan, podré, haciéndome las preguntas adecuadas, empezar a sentirme mejor conmigo misma; menos irritable, más comprensiva con las imperfecciones de los demás.
Para Prudencio, ese mundo ideal donde todo funciona según mi manera de ver no existe. Otras personas tienen un concepto distinto al mío de cómo debería ser.
A su modo de ver tengo dos alternativas: la primera es seguir en mi línea con encontronazos recurrentes cuando el mundo y quien lo habita no acepta mi visión de cómo debería ser; la segunda es empezar, sin prisa, pero sin pausa, a cuestionarla.
No se trata de que yo renuncie a mis principios o dar la otra mejilla. Tiene que ver con entender que otras personas puedan valorar una circunstancia o un individuo de una forma distinta a la mía.
A su modo de ver, tengo un sesgo de negatividad muy acentuado. Es importante que empiece a detectar y a apreciar lo mucho que me ofrece la vida.
Como veis la tarea que me asigna Prudencio es ingente. Siguiendo su consejo me voy a poner manos a la obra sin prisa, pero sin pausa. Os dejo con Paquita. A ver qué tal lo lleva con Jorge y Vladimiro.