Marta: ¿Qué tal te ha ido?
Paquita: Pues la verdad… al principio de la consulta casi me voy dejándolo con la palabra en la boca.
M. Yo he entrado por chiripa.
P. Fíjate, me persono en su consultorio para que me ayude a decidirme, y me dice que da lo mismo la decisión que tome. Lo primero que pensé fue: ¡menudo gilipuertas! Lo que te digo, me levanté de la silla para largarme. Luego matizó sus palabras y la consulta fluyó.
M. Pues a mí me pasó antes de entrar. Estaba en la misma puerta preguntándome ¿pero qué hace una persona racional como yo en semejante chiringuito? Luego el miedo a perder una ocasión para mejorar mi salud, me indujo a entrar, con suspicacia, pero a acceder. A continuación, cómo tú dices, el encuentro fluyó.
P. Bueno, lo que te decía, la consulta empezó fatal y después fue mejorando según transcurría. Se explicó, y me dijo que el responsable de mis dudas es mi coco. La angustia que siento, por no saberme decidir, es fruto de como está formado mi cerebro y de lo que yo pienso.
Parece ser que la mente es muy plástica, algo similar a la plastilina. Según Prudencio, si empiezo a cambiar mi forma de pensar, a hacerme preguntas, empezaré a estar mejor.
M. Como sabes, soy muy racional y a mí todo lo que huela a esotérico me pone de los nervios. Pero luego, con argumentos de peso, empecé a dudar de mis creencias. Hay personas y situaciones que se me hacen intragables. Vivo con la impresión de que no hay día en el que no haya alguien o algo que me fastidie el día. He tenido siempre muy claro que cuando la gente decide incordiarme el día, lo hace a sabiendas.
A cada ofensa respondo con el mismo lema: «ojo por ojo diente por diente». Prudencio me ha asegurado que el malestar emocional es algo que compartimos todos los seres humanos. En mi caso, la actitud de determinado personal, es la responsable de mi malestar emocional, o para ser más correctos, aquello que pienso sobre el comportamiento de una dicha persona.
P. También me ha comentado que el riesgo que corro no está en equivocarme por quien me decido, sino en no decidirme. Prudencio considera algo, que para mí, tiene más de esotérico que de científico.
Según él, el continuo malestar que me produce mi indecisión hace que mi cerebro produzca unas sustancias que pueden dañar las células que se dedican a evitar que enferme. La verdad se me hace difícil creer que mi indecisión me debilite. Pero, le voy a conceder el beneficio de la duda.
M. Pues precisamente sobre esto he estado leyendo este verano. Es un libro de Arsuaga y Millás «La muerte explicada por un sapiens a un neandertal». Los autores entrevistan a la doctora Mónica de la Fuente, que a través de una analítica consigue determinar cuál es la edad biológica, es decir el ritmo al que estamos envejeciendo, que no siempre coincide con la cronológica.
Según la doctora, de todos los factores que influyen en nuestra salud: alimentación, sedentarismo, tabaquismo etc, el emocional es el más importante.
P. Si lo dice una científica me lo tendré que creer. Sígueme contando qué tal siguió la consulta.
M. Luego me comentó algo curioso. Parece ser que el mecanismo que desata mi malestar emocional lo comparto con el resto de mamíferos. Lo que me diferencia de ellos es mi capacidad de pensar en abstracto, de imaginar situaciones a las que no estoy presenciando. Esta habilidad, si no bien gestionada, como es mi caso, es la responsable de mi malestar emocional.
Pero, para Prudencio, puedo considerarme afortunada, porque siempre existe la opción de cambiar mis sentires. El resto de mamíferos no tienen la misma suerte. Su «proyecto vital» puede ser el de estar enjauladas poniendo huevos, o en una granja, manoseándole las tetas a diario para ordeñarlas. ¡De menuda me he librado!
P. A mí me ha confirmado algo que me imaginaba, que no me va a quedar más remedio que tomar yo solita la decisión. Me puede ayudar a que cuando me decida, no me arrepienta. No tendría ninguna utilidad que decidiera por mí. Pero claro, es que yo me veo incapaz.
Prudencio me ha dicho que el problema tiene solución. Que pasa por puentear lo que él llama el mecanismo de «lucha o huida». Lo puedo conseguir haciéndome las preguntas adecuadas, él me ayudará a encontrarlas, para que mi cerebro emocional no se sienta amenazado.
Por ejemplo, sería oportuno que empiece a cuestionarme si es justo que Jorge me esté presionando, o mejor dicho, chantajeando, para que me decida entre él y mi marido.
También podría preguntarme si mi matrimonio que yo consideraba feliz, tal vez no lo sea, y tal vez sea el responsable de que Jorge me haya cautivado.
M. Prudencio me ha puesto dos ejemplos que me están que me llevan a reflexionar sobre mi creencia de que cuando alguien daña mis emociones lo hace a adrede.
A Will Smith, después de una larga carrera, por fin le conceden el Óscar a mejor actor. En la premiación, el presentador hace una broma de mal gusto sobre la alopecia de su esposa. A él no se le ocurre nada mejor que levantarse, acercarse al presentador y propinarle un manotazo.
El día en que se le reconoce su valía, actúa como un macarra. Siendo un profesional de la comunicación, posee todos los recursos para poner a los pies de los caballos al presentador.
El segundo caso es el del nuevo rey de Reino Unido, Carlos III. Con fama de bocazas e infiel, su índice de aceptación por parte de sus súbditos estaba muy lejos del que tenía su madre. Con la muerte de ésta en Escocia, Carlos se traslada a Londres para los funerales.
A su llegada a Buckingham Palace, pide que se detenga el coche en el exterior, donde lo están esperando miles de personas, se baja y durante varios minutos se dedica a estrechar las manos de los presentes. Una mujer incluso se atreve a besarle, y él, sin perder el aplomo, sigue con su labor. Carlos gana enteros.
La gente empieza a pensar, tal vez, no es tan mal tío. Pero al día siguiente mete la pata en dos ocasiones.
La primera en una firma tiene un gesto de desprecio hacía un subordinado porque en la mesa hay un objeto que le incomoda.
En el segundo, también en una firma, se mancha las manos de tinta y culpa al mundo de habérselas ensuciado. En ambos casos, el de Will Smith y el de Carlos, los protagonistas hacen lo contrario de aquello que hubieran querido.
Por desgracia la enorme mayoría de nuestras decisiones las tomamos de manera irracional. Por mucho que utilice la razón para convencer a mi cerebro emocional va a hacer lo que le dé la gana. Las emociones mandan sobre la razón. Va a ser conveniente que empiece a revisar mi manera de ver al prójimo.
P. Pues voy a tener que cambiar el concepto que tengo de Jorge y Vladimiro. Vamos a ver si reflexionando consigo revertir mis sentires.
M: Ojalá se haga realidad tu augurio. Por cierto, los churros del otro día estaban riquísimos, pero la ensaladilla de hoy está rancia.
P. La verdad que las he comido mejores. Para el mediodía vamos a tener que cambiar de bar. Lo digo porque confío en que nos volvamos a ver.
M. Claro mujer, así seguimos hablando de nuestros sentires.