Memento Mori: Recuerda que morirás y vivirás mejor
Por qué recordar nuestra muerte nos ayuda a soltar expectativas y vivir con más plenitud
En el mundo acelerado en el que vivimos, donde el éxito, la productividad y las metas marcan el ritmo de nuestras vidas, detenernos a reflexionar sobre nuestra muerte puede parecer incómodo, incluso inapropiado. Sin embargo, hacerlo puede ser uno de los actos más saludables y liberadores para nuestra mente y nuestro equilibrio emocional.
«Memento mori», una locución latina que significa «recuerda que morirás», no es una sentencia lúgubre ni una amenaza. Es una invitación. Un recordatorio de que nuestra existencia tiene un final, y por tanto, un propósito. Y que, con esa conciencia, podemos vivir mejor.
Vivimos como si tuviéramos todo el tiempo del mundo
Desde pequeños nos enseñan a proyectar hacia el futuro: qué vas a ser de mayor, dónde te ves en cinco años, cuándo vas a comprarte una casa, formar una familia, alcanzar tus sueños. Nos convertimos en arquitectos de expectativas, tanto propias como ajenas. Vivimos planificando constantemente el siguiente paso.
Y en medio de ese afán, olvidamos algo fundamental: el presente es lo único real. La muerte, aunque a menudo invisibilizada en la vida moderna, es el destino inevitable de todos. No sabemos cuándo llegará, pero sí sabemos que llegará. Esa certeza debería ser suficiente para reordenar nuestras prioridades.
Las expectativas como fuente de sufrimiento
Tener expectativas no es, en sí mismo, negativo. Nos motivan, nos empujan a crecer, nos ayudan a imaginar futuros deseables. El problema surge cuando esas expectativas se convierten en exigencias rígidas sobre cómo deberían ser las cosas. Y, peor aún, cuando empezamos a vivir más para cumplir expectativas externas que internas.
Nos esforzamos por no decepcionar a nuestros padres, por responder a lo que nuestra pareja espera de nosotros, por agradar a nuestros superiores, por cumplir con la imagen que los demás tienen de nuestra vida. Y si no alcanzamos esas metas, aparece la frustración, el miedo, el sentimiento de fracaso.
Recordar que vamos a morir relativiza todo eso. Nos devuelve al centro. Nos hace preguntarnos: ¿Qué es realmente importante? ¿Qué deseo experimentar antes de morir? ¿Estoy viviendo como quiero o como se espera que viva?
La muerte como brújula de autenticidad
Lejos de paralizarnos, el pensamiento de la muerte puede servir como brújula para una vida más auténtica. Cuando asumimos nuestra temporalidad, dejamos de invertir tanta energía en controlar lo incontrolable. Aprendemos a decir «no» a lo que no nos representa, y a decir «sí» a lo que nos conecta con la vida.
Las expectativas, nuestras y de los demás, pierden su peso cuando se enfrentan a lo esencial: el hecho de que nuestra existencia es frágil y finita. De repente, se vuelve absurdo postergar lo que nos hace bien por miedo a defraudar a otros. Nos damos permiso para ser más genuinos, para priorizar el presente, para agradecer lo que sí hay.
Memento mori: vivir desde la conciencia de lo efímero
Practicar el memento mori no es un ejercicio morboso, es un ejercicio de consciencia. Es mirarse al espejo y aceptar que somos pasajeros. Y desde ahí, vivir con más presencia, con más gratitud y menos exigencia.
Una conversación que no dijiste, un paseo que postergaste, un abrazo que no diste… ¿Y si no hay una próxima vez? Vivir con la muerte en mente es, paradójicamente, una forma de vivir más plenamente.
Cómo incorporar este recordatorio a tu vida
- Empieza el día con gratitud. Hazte consciente de que has despertado a una nueva oportunidad.
- Haz pausas. Recuerda que no eres una máquina. Disfruta lo que haces, aunque sea cotidiano.
- Hazte preguntas esenciales. ¿Lo que haces tiene sentido para ti? ¿Te acerca a quien quieres ser?
- Aprende a soltar. No todo saldrá como esperas. Y eso está bien.
- Expresa más. Di lo que sientes, pide perdón, muestra afecto. Hoy es el momento.
- Vive con intención. Haz que tus acciones reflejen tus valores y no solo tus metas.
Conclusión
Recordar que vamos a morir no es motivo de tristeza, sino de enfoque. Cuando asumes tu finitud, puedes por fin vivir desde tu libertad interior, en lugar de arrastrarte por las expectativas de los demás o por tus propias exigencias.
Tal vez hoy no puedas cambiar tu vida entera. Pero puedes empezar a vivir cada día con más conciencia, más sencillez y más gratitud. Y eso ya es vivir mejor.