Estoy hecha un lio. No se si habéis oído hablar de la espada de Damocles, esa espada que pende sobre nuestra cabeza y que en cualquier momento caerá sobre nosotros. Pues esa misma sensación es la que estoy experimentando. Con independencia de la decisión que tome, percibo que me voy a equivocar y que las consecuencias de esa decisión van a ser muy dolorosas.
Bueno… no sé qué hacer. Por cierto, Soy Paquita, la compañera de estudios de Marta, que ya habéis tenido ocasión de conocer. Como ya sabéis, hoy tenemos cita las dos con Prudencio, «el educador emocional». Mi alma me pide que me ayude a salir del «cacao mental» en el que me encuentro.
Mis pensamientos giran a la velocidad de las aspas de una batidora. Os estaréis preguntando ¿pero qué problema tienes, déjate de tanta cháchara? Pues de cháchara, nada. tengo un problema de gran envergadura. Y lo de envergadura tiene su razón de ser. Os pongo al día.
Me he enamorado de un compañero del trabajo doce años más joven que yo, estoy casada, creía que felizmente, me jubilo el año que viene y mi amante me pide que deje a mi marido y nos vayamos a vivir juntos. Pero a dónde voy yo casi jubilada, a juntarme con un hombre mucho más joven que yo y a dejar a mi marido después de 37 años de matrimonio. Es una locura.
No fue algo buscado. Como os decía, creía estar felizmente casada. Pero Jorge, que se divorció hace dos años, me cautivo. Nos conocemos, como compañeros de trabajo, desde hace más de 20 años. Durante estos años hemos tenido una bonita amistad, pero nada más. Tras su divorcio, Jorge, sufrió una depresión y necesitó un año para recuperarse.
Se apoyó en mí cuando las emociones lo desbordaban. Mi capacidad para escuchar prestando la máxima atención cuando relataba su dolor emocional, creo que le fue de gran ayuda. La sintonía que caracterizó nuestra relación durante ese año, transformó esa amistad en amor y luego… en pasión.
Y en esa estamos. Liada con Jorge donde amor, pasión y sexo están en su apogeo. El sexo, se me había olvidado lo bien que se puede pasar, el tsunami de emociones que te puede provocar. Con mi marido hacía años que lo habíamos dejado. Ya sabéis, la rutina, la menopausia … y de pronto, bueno, no tan de pronto, se coció durante un año, llega un hombre que pone patas arriba mi vida.
Y eso de «patas arriba» no es solo en sentido figurado, porque me he hecho una vaginoplastia. Entre la sequedad de la menopausia y el nulo uso que le había dado en los últimos años, el coito quedaba excluido de nuestras prácticas sexuales. Pero desde la vaginoplastia estoy recuperando los años perdidos.
Estoy viviendo con una sensación que no había experimentado antes. Pero esta magnífica sensación viene interrumpida por la duda. ¿Pero qué hago yo con un hombre mucho más joven que yo? ¿Divorciarme yo, cuando me queda un año para jubilarme? ¿Pero qué van a decir mis hijos, mi nuera que es del Opus, mis hermanas, mis amistades?
Esto es una locura. Y os preguntareis ¿por qué no sigues disfrutando de tu relación sin divorciarte?. Eso es lo que quisiera yo, pero Jorge me presiona. O él o mi marido. Y en esa encrucijada estoy.
Si me decido por Jorge, me aterran las consecuencias. ¿Qué dirán mis hijos y mis hermanas, en particular una, que es del Opus? Para no hablar de las amistades. Mi marido y yo nos conocimos cuando éramos adolescentes y nuestros amigos son de aquella época.
¿Cómo encajaría yo en ese grupo de amigos una vez divorciada? Y por último, pero no porque sea menos importante, Jorge es mucho más joven que yo. ¿Y si se cansa de mí? ¿Qué hago yo sin compañero de vida y sin amistades? Tengo que tomar una decisión.
Pero, ¿Por qué la vida es tan complicada? Yo no quisiera renunciar ni a Jorge, ni a mi marido. Este enamoramiento inesperado, me ha aportado mucho. Me siento deseada, una sensación que llevaba muchos años sin experimentar. Pero esta disyuntiva me está conduciendo por el camino de la amargura.
Mi relación con Vladimiro, se está enrareciendo. Nos conocimos cuando éramos dos adolescentes. Nuestros entornos familiares no podían ser más distintos. Mi familia de derechas, la suya más roja que la sangre. Su padre fue preso político durante años.
Y lo de Vladimiro, bueno … Os recordará un personaje que nos está creando algún que otro problema. Pero, mi marido no puede ser más distinto. Me enamoró su nobleza. Muy atento, muy amigo de sus amigos, un padre y un marido muy cariñoso. Antes de conocer a Jorge me consideraba una persona afortunada.
Congeniamos desde el principio. Me lo presentó Ana, mi amiga del alma. Desde el principio tuve la certeza que ese era el hombre de mi vida. Nuestras familias no aceptaron nuestra relación. Había un odio recíproco entre ambas familias. Ninguna de las dos entendía la manera de interpretar la vida de la otra. Él estudiaba en un instituto y yo en el colegio de la Purísima. Sus padres eran ateos y los míos de misa diaria.
A pesar de las enormes diferencias que nos dividían, la relación fructificó en un matrimonio y en dos hijos, Pedro y Pablo. Entre Vladimiro y yo llegamos a un acuerdo. El se comprometía a que nos casáramos por la Iglesia y yo a no recordarle que los domingos hay que ir a misa. Nuestro compromiso causó un enorme dolor en ambas familias.
La suya, no entendía que su hijo, no solo pisara una iglesia, sino que un representante de una institución que apoyaba al régimen que había mantenido a su padre en la cárcel, lo casara. Su madre no presenció nuestra boda. Mi familia no entendía cómo después de haber dedicado tanto tiempo en educarme en la fe cristiana, romana y apostólica, me casara con un ateo. Qué sería de los hijos que tuviéramos. Unos nietos ateos ¡qué horror!
Nuestro matrimonio ha sido feliz hasta que conocí a Jorge. Hemos criado a dos hijos estupendos, Pedro el mayor ha salido a su padre, igual de ateo, y Pablo a mí. Es muy religioso, la mujer es del Opus y él se afiliado también.
Aunque yo no he compartido nada con el Opus. Desde hace un año, mi relación con Vladimiro ha virado de rumbo. Él es muy sensitivo, y tengo la impresión que desde que empecé mi relación con Jorge, ha percibido que la compenetración que teníamos iba menguando.
He intentado ocultar la montaña rusa por la que estaban transitando mis emociones, pero la cara es el espejo del alma, y Jorge tiene muy buena vista. Él nunca me ha comentado nada, yo tampoco. Hacemos como si no nos sucediera nada. Él, tal vez, esperando que después de la tempestad, venga la calma.
Yo, intentando salir de la tempestad y ansiando pisar tierra firme. Esta situación es muy incómoda para los dos, pero la responsabilidad para salir de ella es mía. No me puedo demorar más, tengo que hablar con Prudencio para que me ayude a salir de esta angustia.