PREGUNTAS BÁLSAMO

PREGUNTAS BÁLSAMO

Una de las más poderosas maneras de «programar» tu cerebro es la estrategia de hacer preguntas «bálsamo» . Prueba este experimento. Mañana en el trabajo, o donde sea que pases el tiempo, pregunta a una de tus amig@s el color del coche que está aparcado junto al de él o ella. 

Tu amig@ probablemente te lanzará una mirada divertida y después admitirá que no tiene ni idea. Repite la pregunta al día siguiente y el que le sigue. Al cuarto o quinto día, tu amig@ no tendrá elección: cuando entre en el aparcamiento a la mañana siguiente, su cerebro le recordará que esa persona tonta (tú) va a hacerle esa pregunta tonta y ella se verá obligada a almacenar una respuesta en el banco de su memoria a corto plazo. 

Por este efecto le debes un agradecimiento parcial al hipocampo, que está situado en la parte límbica de tu cerebro y decide qué información almacenar y cuál recuperar. El principal criterio de almacenaje que tiene el hipocampo es la repetición, de modo que preguntar una y otra vez no le da al cerebro más alternativa que prestar atención y comenzar a crear respuestas.

Las preguntas («¿Cuál es el color del coche aparcado junto al tuyo?») resultan ser más productivas y útiles que configurar ideas y soluciones en forma de órdenes («Dime el color del coche aparcado junto al tuyo»). Si queremos que nuestro cerebro se involucre debemos aprender a hacernos preguntas.

¡Nuestro cerebro quiere jugar! Una pregunta despierta a tu cerebro y eso le encanta. A tu cerebro le gusta incorporar preguntas, incluso las absurdas o raras, y reflexionar sobre ellas. La próxima vez que utilices el transporte público en un viaje largo, haz una breve encuesta de las actividades de tus compañeros de viaje. Te apuesto a que encontrarás a mucha gente resolviendo crucigramas o sudokus. 

Los crucigramas, que son esencialmente series de preguntas, seducen a un cerebro que teme el aburrimiento que le espera durante el largo trayecto que tiene por delante. O fíjate en la falta de atención de un niño a las frases didácticas («Este animal es un perrito»), comparado con la manera en cómo se agrandan sus ojos cuando le haces una pregunta, incluso si tú eres quien va a suministrar la respuesta («¿Qué animal es? Es un perrito»).

Los padres saben intuitivamente cómo hacer preguntas y después responderlas, luego volver a preguntar y ver si el niño puede recordar la respuesta. Ellos entienden que el cerebro ama las preguntas.

Todos estamos acostumbrados a recibir instrucciones para mejorar nuestra salud, podemos recitarlas en sueños: llena la mitad de tu plato con frutas y verduras, reduce tu ingesta de grasas saturadas, haz ejercicio de manera regular, bebe bastante agua, etcétera. Pero esas órdenes repetidas, obviamente fallan en conseguir que la mayoría de nosotros nos involucremos, tal como lo atestiguan las tasas de obesidad, las enfermedades cardíacas y la diabetes.

Si quiero mejorar mi salud es mucho más provechoso que en vez de emitir órdenes, me haga preguntas como: 

•Si la salud es mi máxima prioridad, ¿Qué debería hacer hoy de manera distinta?

•¿De qué manera puedo recordarme a mí mismo qué debo beber más agua?

•¿Cómo puedo incorporar unos pocos minutos de ejercicio en mi rutina diaria?

Tu cerebro ama las preguntas y no desea rechazarlas… a menos que la pregunta sea tan importante como para disparar el miedo. Preguntas del estilo «¿Cómo conseguiré estar delgado (o ser rico o casarme) al final de este año?», son enormes y alarmantes. 

Cuando nos hacemos preguntas «bálsamo», mantenemos la reacción de lucha o huida desconectada. Por lo tanto, ante algo nos atemorice reflexionemos sobre que preguntarnos. Las preguntas que nos hagamos tienen que ayudarnos a dar el primer paso, pero es importante que el reto sea asumible por nuestra mente y no despierte miedos. 

Haz una pregunta con la frecuencia suficiente y descubrirás que tu cerebro va almacenando las preguntas, reflexionando sobre ellas y, eventualmente, generando algunas respuestas interesantes y útiles.

Cuando nos hacemos preguntas «bálsamo», tu amígdala (donde se produce la reacción de lucha o huida) permanecerá dormida, y la corteza cerebral, siempre deseosa de pasar un buen rato, despertará y las tomará en cuenta. 

Procesará y absorberá la pregunta, y a su propia manera mágica, creará respuestas cuando esté preparada… lo que puede ocurrir en el momento en que nos estemos duchando, conduciendo o fregando los platos.

Cuando nos hacemos preguntas que no despiertan el miedo de nuestro cerebro límbico mejoramos nuestra creatividad. Cuando nos ponemos a pensar sobre un proyecto creativo, con independencia de su importancia, le ponemos como reto a nuestra mente que encuentre una idea que sea deslumbrante. Ante la enormidad del reto nuestro cerebro límbico entrará en pánico y nuestra mente se transformará en un folio en blanco.

Los avances en la ciencia y en la tecnología tienen un componente de casualidad. Desde el microondas al velcro, sus inventores no se propusieron inventar aquello que consiguieron. Un evento inesperado aconteció en sus vidas y partir de ese evento haciéndose las preguntas «bálsamo» consiguieron hacer realidad aquello que hoy todos utilizamos a diario. 

Por lo tanto, aunque no aspiremos a ser escritores, científicos, inventores, empresarios etc, las preguntas «bálsamo» nos pueden ayudar a calmar los miedos que silencian la creatividad en otros aspectos de la vida.

¿Cómo poner en práctica lo descrito hasta ahora? Os voy a proponer una serie de preguntas que están diseñadas para que os ayude a construir el hábito de haceros preguntas «bálsamo». Algunas de ellas están específicamente relacionadas con objetivos; otras te ayudarán en la búsqueda de hacer continuas mejoras en diferentes aspectos de tu vida. 

Cuando comiences, recuerda que estás volviendo a programar tu cerebro, y que lleva un tiempo desarrollar nuevas pautas mentales. De modo que escoge una pregunta y hazla repetidamente a lo largo de varios días o semanas. 

Trata de plantearte la pregunta regularmente, quizás todas las mañanas mientras tomas café, cada vez que te montas en el coche o cada noche antes de irte a la cama. Considera la posibilidad de escribir tu pregunta en una nota adhesiva y pegarla en lugares visibles de tu hogar.

Aquí hay sólo unas cuantas ideas para que empieces. Siéntete libre de proponer las tuyas propias. Si te sientes descontento pero no estás seguro de por qué, prueba a preguntarte esto: ¿Si tuviera garantizado que no fracasare, qué es lo que haría de manera diferente?

La característica imaginativa de la pregunta asegura que el cerebro la responda con franqueza, y puede producir algunas respuestas sorprendentes, que aporten claridad a tus metas. 

Una persona que está estancada en su trabajo puede descubrir que realmente quiere dejarlo y formarse en algo distinto en lugar de lo que está haciendo; puede que alguna otra se quede estupefacta al descubrir que lo que realmente desea es tener la valentía de pedirle a su empresa que se reconozca su trabajo. 

Si estás tratando de alcanzar un objetivo específico, pregúntate todos los días esto: ¿Qué puedo hacer, por insignificante que sea, para lograr mi objetivo? Tanto si formulas tu  pregunta en voz alta o en la intimidad de tus propios pensamientos, por favor, hazlo en un tono que sea amable contigo, el mismo que usarías con un amigo querido.

Si en general te sientes feliz con tu vida, pero te gustaría estar alerta a las posibilidades de excelencia, puedes preguntarte una versión levemente distinta de la pregunta anterior: ¿Cómo podría empezar para mejorar mi salud (o mis relaciones, o mi desempeño profesional o cualquier otra área?). Esta pregunta está diseñada para permanecer abiertos, para darle al cerebro mucho espacio para actuar. ¡Prepárate para obtener respuestas sorprendentes!

A menudo enfocamos nuestra atención en la gente que consideramos más «importante», un empleado clave, un niño problemático o nuestra pareja, lo que nos lleva a ignorar a otras personas que pueden tener una visión valiosa para nosotros. Trata de preguntarte:

¿Hay alguien en el trabajo o en mi vida personal, cuya voz o aportación no he oído en mucho tiempo? ¿Qué podría preguntarle a esa persona? Esta pregunta es para todos los que tengan un conflicto grave con otra persona, ya sea un jefe, un empleado, un pariente o un vecino, y está tratando de superar ese problema.

Pregúntate cada día: ¿Qué cosa positiva tiene esta persona? Puede que rápidamente te encuentres viendo las capacidades de esa persona con la misma claridad y con el mismo detalle con los que ves sus debilidades. Si tiendes a sentirte pesimista o negativo, prueba a hacerte esta pregunta:

¿Qué pequeña cosa es especial en mí? (o en mi esposo, o en mi organización). Si sigues haciéndote esta pregunta durante un tiempo, programarás tu cerebro para buscar qué es lo bueno y lo correcto, y eventualmente puede que decidas aprovechar esos aspectos brillantes, quizás para promocionarte en el trabajo o tener ideas para realizar actividades familiares en casa.

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