UNA VÍA HACIA EL BIENESTAR EMOCIONAL
A menudo se habla de la esperanza como una virtud. Nos enseñan a mantenerla viva, a aferrarnos a ella incluso en los momentos más difíciles, como si fuera una linterna que guía nuestros pasos en la oscuridad. Y, en efecto, la esperanza puede ser luz. Pero también puede convertirse en carga si no aprendemos a gestionarla adecuadamente.
Desde la perspectiva de la psicología del bienestar, es fundamental diferenciar entre una esperanza saludable y una esperanza rígida, condicionada, que nos encadena emocionalmente al resultado de lo que deseamos. Cuando la esperanza se transforma en expectativa cerrada —cuando “tengo esperanza de que ocurra esto y solo esto”— comenzamos a depender emocionalmente de que la realidad coincida con nuestros deseos. Y ahí empieza el sufrimiento.
La trampa de las expectativas disfrazadas de esperanza
Esperar que las cosas sucedan de una forma concreta puede parecer optimismo, pero no lo es necesariamente. Si ese deseo va acompañado de la necesidad de controlar el resultado, nos alejamos del presente y nos colocamos en una especie de limbo mental: ni aquí ni ahora, sino en un futuro imaginario donde todo encaja con nuestros anhelos.
El problema es que la vida no sigue nuestros guiones. Y cada vez que lo que esperábamos no ocurre, o cuando ocurre justo lo contrario, se activa en nuestro organismo una cascada de malestar emocional que, a nivel biológico, se traduce en un aumento del cortisol, la hormona del estrés. A medio y largo plazo, esta tensión sostenida puede tener consecuencias físicas reales: insomnio, ansiedad, fatiga crónica, incluso enfermedades autoinmunes.
No es exagerado decir que una esperanza mal entendida puede enfermarnos.
El asombro como actitud emocional
¿Existe una alternativa? Sí, y es profundamente liberadora: sustituir la esperanza por el asombro.
Mientras la esperanza espera algo en concreto, el asombro abraza lo que viene. Mientras la esperanza se aferra al control, el asombro se permite sorprender. El asombro es la emoción que nos conecta con el presente sin juicio, sin exigencia, sin necesidad de que la vida sea de una manera específica.
Cuando adoptamos el asombro como actitud emocional, no estamos renunciando a nuestros deseos. Seguimos teniendo metas, seguimos soñando. Pero ya no necesitamos que se cumplan exactamente como imaginamos para estar en paz. La diferencia es radical: no se trata de resignación, sino de apertura.
Una metáfora útil: vivir sin spoilers
Una manera sencilla de integrar esta idea en nuestra vida cotidiana es imaginar que somos espectadores de una buena película, una novela o una serie. ¿Acaso querríamos que alguien nos hiciera spoiler del final? Lo más probable es que no. Disfrutamos del proceso, de los giros inesperados, de los matices que no habíamos anticipado.
¿Y si viéramos nuestra vida del mismo modo?
Esta metáfora nos permite soltar la necesidad de control y entrar en una relación más fluida y saludable con lo que ocurre. No se trata de pasividad, sino de presencia. No se trata de rendición, sino de confianza: no en que todo saldrá como queremos, sino en que sabremos afrontar lo que venga, sea lo que sea.
Beneficios psicológicos del asombro
Numerosos estudios han demostrado que cultivar emociones como el asombro tiene beneficios directos para la salud mental y física. El asombro reduce el estrés, aumenta la creatividad, mejora nuestra conexión con los demás y con el entorno, y genera una sensación de humildad y gratitud.
Cuando dejamos de exigirle a la vida que cumpla nuestros planes, comenzamos a vivir con más ligereza. Los fracasos dejan de ser tragedias. Las sorpresas, incluso las difíciles, se vuelven parte de una historia que aún se está escribiendo. Y nosotros, en lugar de guionistas obsesionados con el control, nos convertimos en narradores atentos, curiosos y abiertos.
Conclusión: ¿y si dejamos que la vida nos sorprenda?
Sustituir la esperanza rígida por el asombro no es rendirse, es liberarse. Es abrir la puerta a una forma de vivir más serena, más flexible y mucho más conectada con la realidad.
Así que te invito a probarlo: esta semana, suelta un deseo que te esté generando tensión, y obsérvalo con curiosidad, como si fuera el capítulo de una historia aún por descubrir. ¿Y si lo inesperado te sorprende… para bien?
¿Te ha pasado alguna vez que lo que más te dolió no fue lo que ocurrió, sino lo que esperabas que ocurriera? Te leo en los comentarios.